
Sorprende la mansedumbre con que Yolanda Díaz, vicepresidente segunda del Gobierno de España (que abandonó el liderazgo de Podemos del que había sido investida por Pablo Iglesias para ‘unificar’ a las izquierdas con Sumar) y la ministra de Asuntos Sociales y Agenda 2020, la rebelde e incombustible proletaria de boquilla Ione Belarra Urteaga (secretaria general de Podemos) han acatado, sumisas, la imposición del autoritario Sánchez, que convocó elecciones a espaldas del Ejecutivo de que ambas formaban parte, por imposición de Pablo Iglesias, temerosas de apearse de un Gobierno al que previsiblemente nunca volverán.
Un gesto de dignidad, como la renuncia de todos los integrantes de izquierdas de esa coalición que a trancas y barrancas ha gobernado España durante cinco años, hubiera constituido una advertencia al aún hoy todopoderoso césar: no todo vale para seguir detentando el poder. Pero la dignidad ha dejado de formar parte del bagaje de muchos políticos, aferrados más al disfrute de las comodidades anexas a los privilegios que otorga el poder que al servicio de los ciudadanos que los auparon a unas Cortes que pasarán a la historia como las más zafias, las menos respetuosas con el adversario político, las más irresponsables y chapuceras en el ejercicio de sus tareas legislativas.