
Los repetidos y convulsos movimientos de Pedro Sánchez tras el desastre electoral de las recientes elecciones autonómicas y municipales revelan la crispación y el nerviosismo que se han apoderado del tirano tramposo, consciente de que la ciudadanía –aburrida de sus promesas incumplidas, y escandalizada por sus embustes continuos- le ha vuelto la espalda hasta el extremo de que no puede dejarse ver en público sin ser objeto de insultos.
Lo grave del caso es que, frente a toda lógica, el tramposo tirano insiste en pregonar ante quien quiera escucharlo –que son cada vez menos- que los españoles se equivocaron al castigar en las urnas al partido que, en uno de sus más graves errores históricos, lo aupó a su Secretaría General.
El tirano tramposo hará cualquier cosa por imponerse como cabeza de lista del PSOE en las próximas elecciones generales. Y seguirá mintiendo. Y conseguirá engañar a muchos ingenuos, a pesar de las abrumadoras evidencias de sus contradicciones y falsas promesas. Y hasta el día de hoy sigue contando con la complicidad de parte del aparato del Partido Socialista, que es corresponsable del desastre a que el tramposo tirano ha conducido a España.
Pero el próximo sábado, 10 de junio, se abre un portillo a la esperanza. Ese día, el Comité Electoral del PSOE aprobará las listas, el programa electoral y las cuentas para el 23J. Y ese día, el Comité Electoral del PSOE deberá decidir si el cabeza de esa lista será o no el actual secretario general.
Si los miembros del Comité Electoral del PSOE se arriesgan a dar ese paso, no sólo el partido se ahorrará un nuevo batacazo electoral. España entera respirará aliviada. La cuestión es: ¿se atreverán a apartar al tramposo tirano? Presumiblemente, no. Y entonces habrán cavado su tumba política.
Cabe también la posibilidad de que Sánchez, consciente del rechazo que inspira su figura, busque salvar el propio pellejo, renuncie a la candidatura para no asumir un fracaso cantado, y trate de auparse a un cargo de relevancia en un organismo internacional. Poco talento demostraría el tirano tramposo –quizá entontecido por su orgullo y petulancia sostenidos contra viento y marea-, si pretendiera embarcarse en alguna institución donde Estados Unidos tenga algo que decir; por eso haría mejor en arrimarse a su buena amiga Úrsula von der Leyen, que sabrá proporcionarle migajas con que saciar su apetito de poder.
Eso sí, al tirano se le acaban los viajes en Falcon a costa del erario.