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Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades


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Francisco Marhuenda. Iglesias, el ocaso de una «burbuja»

La renuncia de Iglesias no significa que abandone el activismo político y los medios de comunicación que son su gran pasión. Todo lo contrario. Una vez resuelta su vida y alejada cualquier preocupación económica se dedicará a esas cosas que son las que más le gustan. En lo que respecta a la vida académica no tengo ninguna duda de que ya se encargarán en la Complutense, donde la izquierda tiene mucho peso y poder, de organizarle, si quiere, un plácido acomodo. Iglesias ha demostrado que era una «burbuja mediática» que ha llegado a su fin, porque le faltaba consistencia y solidez. Este término se utiliza en economía para definir procesos especulativos en los que un valor o producto tiene una subida anormal, prolongada e incontrolada. A lo largo de la historia encontramos numerosas burbujas especulativas y una de las que siempre me han resultado fascinantes, por su carácter absurdo e irracional, es la de los bulbos de tulipán en Holanda en el siglo XVII. Lo sucedido con Iglesias responde a ese patrón. Con motivo del movimiento del 15-M y la crisis económica irrumpió una generación de jóvenes airados y revolucionarios que venían a cambiar el mundo. Lo único que consiguieron fue mejorar sus vidas y mucho.

A Iglesias le gustaba la televisión, pero era un «amor» recíproco porque funcionaba muy bien como fenómeno mediático. Y se creó esa burbuja que empezó a crecer tras el inesperado resultado de los cinco eurodiputados. A partir de ahí se «emborrachó» de éxito y dio rienda suelta a su soberbia, como les sucedió a los barones del petróleo que consiguieron grandes fortunas entre finales del XIX y principios del XX. La mayor parte la despilfarraron, porque no eran más que nuevos ricos. Es lo que le ha sucedido a Iglesias que llegó al Olimpo de La Moncloa, pero no supo gestionar su éxito. A la política hay que venir llorado de casa. Es curioso que ahora se queje de haber sido blanco de críticas y ataques quien hizo de la agresividad verbal, los gestos extremos y la sobreactuación su imagen de marca. La humillación que ha sufrido de manos de Mónica García demuestra que había otro camino para la izquierda radical sin necesidad de utilizar un lenguaje violento y barriobajero. No era necesario acudir a viejos conceptos trasnochados. La «burbuja mediática» ha finalizado y ahora tendremos que esperar su reinvención, porque Iglesias necesita ser el protagonista y dudo que renuncie a ello.

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La doble moral de Pablo Iglesias

Sería fácil acumular ejemplos que muestran la contradicción entre lo que Podemos proclama y lo que practica -afortunadamente hay que habar ya en pasado- el que fuera su líder hasta el batacazo electoral del 4 de mayo.

A la postre, esas incoherencias lo han conducido al precipicio, por mucho que quiera achacar su caída en desgracia a los tabernarios fascistas tan caros al señor Tezanos.

Si nos preguntamos qué dice el código ético de Podemos sobre las remuneraciones o cesantías de los miembros del partido que dejan de ejercer un cargo público, advertiremos la flagrante oposición entre las palabras y los hechos del fugaz aprendiz de brujo.

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Durante una entrevista en Radio Televisión Española, el 9 de abril, Iglesias justificó la percepción de su indemnización. “Hay algunos que piensan que nosotros no tenemos derecho a lo mismo que el resto que ha estado antes en posiciones de Gobierno”, dijo. Sin embargo, el código ético de su partido, que se puede consultar en su página web, establece “la obligación de no percibir ninguna remuneración ni cesantías de ningún tipo una vez finalizada su designación en el cargo”. Según el documento, “quienes con anterioridad al cargo fueran titulares de un empleo público retomarán con carácter definitivo el último puesto del que fueran titulares definitivos u otro puesto equivalente en términos de salario, dedicación, área de actividad y localidad”. Si no tenían un empleo público, “cobrarán la prestación por desempleo que les corresponda”.

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Manuel Ferrer. Gobierno de España, ¿bicefalia o bipolaridad?

Unos tiemblan y otros causan temblores.

El PP (Partido Popular), que ha disfrutado de largas y jugosas estancias al frente del Gobierno de España, suspira en los tribunales bajo la amenaza de un tesorero escaldado y resentido, dispuesto a no dejar títere con cabeza.

Entretanto, el Gobierno de coalición del PP (Pedro Sánchez-Pablo Iglesias) protagoniza un esperpéntico espectáculo de matriz hegeliana, y así lo ha apreciado La España que Reúne, un club de opinión por el entendimiento constitucional que congrega a políticos que han dejado atrás su actividad pública y a intelectuales de diverso signo. En un manifiesto refrendado por mas de doscientas firmas, titulado Cesar en la infamia: Pablo Iglesias debe ser destituido, se pronuncian en contra de las temerarias declaraciones del vicepresidente 2º del Gobierno, que ha cuestionado de modo irresponsable la normalidad democrática de España.

En efecto, resulta inaudito que, en el seno del propio Ejecutivo, se expresen voces opositoras -las de Podemos– que claman contra las más importantes iniciativas legislativas de sus socios. Y no sólo eso. Llegan a cuestionar incluso la vigencia del Estado de derecho.

Sólo la presencia al frente de ese engendro de Gobierno de un personaje de la talla moral de Pedro Sánchez explica que se perpetúe aquel sinsentido, que ridiculiza al Reino de España ante los otros Estados miembros de la Unión Europea y compromete gravemente la llegada de los fondos comunitarios que deberían posibilitar el comienzo de los trabajos de reconstrucción de la economía nacional, destrozada por el coronavirus.

Mientras el funambulista y el chantajista siguen practicando sus indignos juegos partidistas, la ciudadanía asiste, estupefacta, a tan degradantes escenas y espera -incrédula- que el creciente clamor por la destitución del golfo de Vallecas, hoy Marqués de Galapagar, propicie el advenimiento de una política de Estado, no dictada por miserables y mezquinas miras electoralistas.


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Manuel Ferrer Muñoz. ¿La democracia liberal en jaque?

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El quehacer de SAICSHU es de carácter académico y no político; y por eso tratamos de evitar tomas de posturas políticas susceptibles de ser consideradas partidistas.

No cabe duda del peso de la subjetividad y de los valores en la articulación de las ciencias sociales, que, inevitablemente, se sustentan y se desarrollan sobre la base de planteamientos filosóficos. Porque el cultivo de las ciencias sociales comporta un compromiso moral, es obligado señalar aquellos escollos que representan peligros y que deben ser identificados como puntos rojos susceptibles de atentar contra la convivencia ciudadana.

Los científicos sociales del siglo XX debieron de padecer miopía, cuando no ceguera, pues dejaron de advertir a tiempo la amenaza para los valores en que se sustentaban las democracias occidentales de ideologías tan desestabilizadoras como las que difundieron personajes tan siniestros como Stalin, Hitler o Mao Tse-Tung, por citar sólo algunos. En sucesivas entradas del blog aparecerán inquietantes pasajes de algunas de estas biografías que han pasado de puntillas por los libros de historia.

Desde hace unos años han prendido en Europa movimientos antisistema que minan los pilares de las democracias de inspiración liberal. Surgieron impulsados por el rechazo de unas clases políticas infestadas por la corrupción y puestas en evidencia por la divulgación de escándalos que socavaron la confianza de sus electores tradicionales. Y muchos dimos la bienvenida a esa bocanada de aire fresco que parecía aportar nuevo sentido a una actividad, como la política, que, al convertirse en un modo de vida cómodo para el que no se requería particular talento -sólo docilidad, sonrisas y de vez en cuando teatral indignación contenida-, se había convertido para muchos mediocres en un refugio donde cobijarse en tiempos difíciles.

El fracaso a que se vio abocado Syriza -el partido de Alexis Tsipras- en Grecia, cuando asumió la responsabilidad de gobernar, por la manifiesta hostilidad de la troika comunitaria, debió hacer pensar a formaciones políticas afines -Podemos (España), por ejemplo- que no hay vida más allá del euro y del paraguas de la Unión, por muy injustas, inequitativas y discutibles que sean muchas de sus directrices. Tsipras capituló en toda regla, atropelló sus promesas electorales, y firmó un nuevo memorándum de austeridad con la UE.

Por carambolas de la vida, Podemos, una formación antisistema, ha pasado a formar parte del Gobierno español, con el decidido objeto de tumbar el Estado que se edificó sobre una Constitución que no les gusta. Las consecuencias saltan ya a la vista e irán visibilizándose aún más en el curso de los próximos meses. No saben o no les interesa la gestión sino el aprovechamiento del privilegiado espacio político que se les ha concedido para sus luchas callejeras con las formaciones políticas de centroderecha. Como botón de muestra, las quejas de la presidente de la Comunidad de Madrid sobre el papel que debió desempeñar Pablo Iglesias, en su condición de vicepresidente segundo y responsable de Derechos Sociales, en la coordinación del trabajo que las Comunidades Autónomas habían de desarrollar para atender a los ancianos alojados en residencias: “Iglesias nunca llamó para ayudar, y siempre que pudo ha echado gasolina”.

Resulta difícilmente imaginable que, a pesar de la excepcional coyuntura internacional de la depresión económica que sigue a la pandemia del coronavirus, la Unión vaya a entregar cheques en blanco a aventureros que han exhibido nula capacidad de gestores cuando han desempeñado cargos públicos. Pero todo puede ocurrir. Y la enfermiza agitación que rodea el circo mediático de Podemos plantea retos de primera magnitud en una España tambaleante por una crisis del sistema de partidos análoga a la que se padeció en Italia hace unas décadas, con las consecuencias que todos conocemos.


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Nacho Cardero. La Europa que acabó con Varoufakis salvará a Iglesias

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Varoufakis tuvo que dimitir, o fue forzado a hacerlo, y Tsipras firmó el Memorándum of Understanding (MoU) con Bruselas, que implicaba duros recortes para el pueblo griego.

Hoy, el país heleno no solo ha salido de la UCI y se encuentra estable en planta, sino que recibe las lisonjas de Europa frente a las críticas que recorren Italia y España. «Está haciendo un trabajo estupendo conteniendo la epidemia. Si tuviera que elegir, digamos, entre Grecia y EEUU, quién debería estar dirigiendo el mundo ahora sería Grecia», escribía Yuval Noah Harari.

Si hace cinco años se discutía agriamente en Europa sobre Grecia y la crisis de deuda, ahora vuelve la confrontación entre los países frugales y los narcisistas mediterráneos —que así se refería Jeroen Dijsselbloem a los países del sur— a cuenta de las condiciones para acceder al Fondo de Recuperación de la UE destinado a paliar los daños económicos de la covid-19, un fondo cuya cuantía se eleva a 750.000 millones de euros.

El debate no es de ayer ni de ahora sino que refleja las dos visiones que sacuden atávicamente Europa, la católica, más solidaria, y la calvinista, de un tono marcadamente comercial, donde hay que pagar intereses por lo que uno usa y recibe.

El dilema que tuvieron que encarar Tsipras y Varoufakis, y que terminó con el segundo convertido en un personaje de película y con el gobierno griego cediendo, es, ‘mutatis mutande’, parecido al que se tienen que enfrentar Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

De ahí que no sean pocos los que vaticinen un final similar, con la implosión del gobierno de coalición español, con Unidas Podemos saliendo del Ejecutivo y un acercamiento del PSOE a tesis más ortodoxas, como las de Ciudadanos e incluso PP, tal y como sugería Ortuzar, para cumplir con las exigencias de Bruselas y sacar adelante los Presupuestos del Estado de 2021.

Creen, esta vez sí, que será el final político de Iglesias, que los hombres de negro, gris o gris marengo, cual fuera la tonalidad escogida esta vez para los ajustes, acabarán imponiendo condiciones tan severas para acceder a las ayudas, bien recortes de sueldos públicos, bien rebajas en las pensiones, que la formación morada no tendrá más remedio que rechazarlas y se verá obligado a salir del Ejecutivo por la puerta de atrás. Igual que Varoufakis.

Esta tesis circulaba con fuerza esta semana en Bruselas a raíz de las declaraciones de Manfred Weber —»No queremos desperdiciar el dinero en gastos del pasado, sino invertir en el futuro […]. El PPE no está dispuesto a que se financien las falsas promesas de Podemos»— y del runrún sobre el alineamiento del Partido Popular Europeo con los países frugales, una ‘liaison’ que posteriormente sería desmentida por el PP de España.

En puridad, la situación actual que encaran Sánchez e Iglesias apenas tiene que ver con la de Tsipras y Varoufakis. En primer lugar, porque Alemania ha acordado con Francia un documento que, si el resto de países dan el visto bueno, dará lugar al mayor paquete de estímulo fiscal de la historia de la UE. Esto no lo hacen solo para avanzar en la unión fiscal, el gran anhelo de la Comisión en pos de la construcción europea. Esto lo hace Merkel porque vislumbra un panorama muy negro por el coronavirus, peor incluso que de la Gran Depresión de 2008.

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Isabel San Sebastián. La crispación se llama Iglesias

pablo

En SAICSHU tenemos claro que el objetivo de este blog es de carácter académico y no político. Y ésta es la razón por la que nos resistimos inicialmente a incluir esta publicación que, finalmente, hemos recogido, por considerarla de suma importancia. En una entrada posterior argumentaremos con detalle el porqué de esta inclusión y de otras que seguirán.

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El enconamiento de la vida pública, el brutal recrudecimiento de la pulsión cainita que habita en el pueblo español tiene un culpable cuyo nombre destaca por encima de cualquier otro: Pablo Iglesias. Él es el principal responsable de la crispación que preocupa a ocho de cada diez ciudadanos, según la encuesta publicada ayer en ABC. Él agita las aguas de la política con sus acusaciones infundadas, sus constantes provocaciones, sus bravatas y su chulería, redobladas estos días a fin de tapar las dramáticas consecuencias de su negligente gestión al frente de una vicepresidencia social que, en el momento más trágico de la pandemia, faltó clamorosamente a su deber de atender las necesidades de las residencias de ancianos. Él ha convertido el Congreso en un lodazal inmundo; un campo de batalla que no solo niega cualquier atisbo de seguridad a una población atemorizada, severamente empobrecida y angustiada ante un futuro negro, sino que le inspira un rechazo creciente. Él amenaza nuestra convivencia.

El abanderado de la formación morada ya no acaudilla un grupúsculo antisistema acampado a las puertas del Gobierno autonómico de Madrid. No dirige a los okupas aposentados con total impunidad en Barcelona o La Coruña, por mucho que sea su referente «intelectual». El líder de Podemos es, gracias a Pedro Sánchez, vicepresidente del Gobierno de España, lo cual multiplica y agrava la trascendencia de sus acciones. En el terreno internacional, un tipo como Iglesias es sinónimo de desconfianza, sobradamente justificada por los estragos que acreditan sus correligionarios en todo el orbe, lo cual acaba traduciéndose inevitablemente en intereses más altos para el dinero prestado. En el plano doméstico, empieza a salir a la luz el aterrador abandono en que dejó a nuestros abuelos durante todo el mes de marzo, después de reclamar para sí el control absoluto sobre los centros geriátricos. Ni asistencia sanitaria, ni medios humanos o materiales, ni material de protección, ni respuesta a los llamamientos de auxilio lanzados por los gerentes de esos centros, ni nada de nada. Únicamente propaganda y maledicencia. Incapaz de aportar soluciones, Iglesias centró todos sus esfuerzos en desviar la atención de su estrepitoso fracaso, y cuando vio la magnitud que alcanzaba el desastre pasó la «patata caliente» a las comunidades autónomas, en un acto de cobardía imitado después por algún cargo público indigno con la pretensión, esperemos que inútil, de zafarse de la Justicia.

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Javier Martínez-Torrón. Independencia de los jueces

 

iglesias

Por la pertinencia de este artículo, en los momentos muy delicados que se viven en el Reino de España, hemos considerado oportuno recogerlo enseguida en el blog. El ataque que ¡nada menos que un vicepresidente del Gobierno! -por muy segundo que sea- ha lanzado recientemente al Poder Judicial, sin que desde el Poder Ejecutivo haya habido siquiera un gesto de incomodidad, significa un mazazo en la línea de flotación del principio de división de poderes en que se sustentan los Estados democráticos. Si ya hace cuatro años manifestamos desde esta plataforma la creciente decepción de quienes contemplamos con cierta esperanza la aparición de la formación política que encabeza Pablo Iglesias –Podemos, una de cal y otra de arena-, ahora es el momento de alertar sobre los riesgos que comporta su deriva totalitaria.

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Un vicepresidente del Gobierno podrá manifestar respetuosamente su desacuerdo con una sentencia, pero lo que no puede hacer es arrojar una sombra de sospecha de corrupción sobre la judicatura española afirmando -literalmente- que «en España mucha gente siente que corruptos muy poderosos quedan impunes gracias a sus privilegios y contactos». Es una injerencia irresponsable, e inaceptable, del poder ejecutivo en la independencia del poder judicial. Por eso suscita perplejidad, y preocupación, que además esa injerencia sea justificada por quien desde arriba podría y debería desdecirlo. Es tan fuera de lugar como si un juez dictara sentencia haciendo notar que aplica una ley que considera injusta, y al mismo tiempo acusara de corrupción, de manera indirecta pero clara, al legislativo que aprobó dicha norma.

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