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Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades


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Inocencio Arias. La tragedia de Gorbachov

Cuando Felipe González visitó oficialmente la Unión Soviética yo formaba parte de su séquito y mi mujer viajó también como intérprete de Carmen Romero.

Tuvo poco trabajo porque los funcionarios anfitriones, con tics aún propios de la URSS, intentaban que todo el trabajo lo hicieran sus intérpretes para controlar mejor cualquier tema.

Tuvimos, con todo, tiempo de conocer a unos parientes muy cercanos de mi mujer que llegaron desde Saratov. La catástrofe de Chernobyl era reciente y nuestros familiares se explayaron detalladamente sobre cómo las cosas habían cambiado con la glasnost (apertura) de Gorbachov: «El camarada presidente fue a la televisión», contaban embobados, «y explicó que había habido un accidente peligroso en Chernobyl».

Era un cambio radical, en efecto, los predecesores de Gorbachov habrían silenciado el drama nuclear y habrían castigado a quien lo difundiera como hace hoy Putin al que critica o solo menciona la guerra de Ucrania.

Lo que nuestros familiares olvidaban apuntar es que Gorbachov fue a la tele tres semanas después del accidente y no sabían que había criticado a los medios de información occidentales por hacer tremendismo con los problemas de la Unión Soviética.

El hecho es revelador sobre la personalidad de un líder que cambió la historia de Europa y del mundo. Creemos que para bien. No vaciló en hablar con aceptable claridad a su pueblo sobre una catástrofe que ponía de manifiesto las carencias de su país.

on todo, aún había en él ese victimismo, que Putin explota con habilidad, que quiere demostrar que el mundo exterior, sobre todo Occidente y Estados Unidos, disfrutan con las penalidades de Rusia porque les encanta debilitarla.

Fueron las penalidades de la Unión Soviética las que llevaron a Gorbachov a desarrollar la revolución en su país que recuperó en buena medida la libertad y, para bien de todos, enterró durante un tiempo la Guerra Fría.

El ruso tuvo varias entrevistas trascendentales con el capitalista Reagan, una en Ginebra, otra en Reikiavik, alguna de ellas con solo los intérpretes, sin ningún colaborador, y de ahí, de la química entre el ruso y el americano surgió, la eliminación de un cierto armamento nuclear y dar por cerrada la Guerra Fría.

Reagan venía aleccionado por la señora Thatcher en el sentido de que con Gorby se podían hacer negocios y que era persona que escuchaba, que te dejaba hablar.

El americano, más inteligente de lo que creían sus aliados europeos, comprobó que la británica no se equivocaba y en una ocasión en que el ruso absorbía lo que le decía le espetó que seguir con la carrera de armamentos no podía ser beneficioso para Rusia, nunca podría vencer a Estados Unidos: Washington siempre tendría más recursos que Moscú para gastar en armas.

Gorbachov era muy consciente de las estrecheces presupuestarias de Rusia, de las deficiencias de su técnica y sacó sus conclusiones al ser persona claramente preocupada con el desarrollo de su país, con el bienestar de su pueblo.

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Elda Cantú. Mijaíl Gorbachov, la guerra y la paz

El último líder de la Unión Soviética falleció en Moscú a los 91 años y su legado tiene enormes consecuencias. En 1991, en los estertores de la Guerra Fría, Times lo entrevistó: “Aún con todos los errores de juicio y de cálculo”, dijo entonces Gorbachov, “conseguimos hacer la parte fundamental del trabajo preliminar”. Y agregó: “Será imposible que la sociedad retroceda”.

Hoy, no obstante, hay expertos que hablan de una nueva Guerra Fría y la guerra en Ucrania es, de cierto modo, un intento de Vladimir Putin de revertir el legado de Gorbachov. Para el presidente de Rusia, la disolución de la URSS fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo”.

Para las generaciones que crecieron estudiando la historia de la caída del muro de Berlín y el desmantelamiento de la Cortina de Hierro —y para quienes atestiguamos los hechos en directo—, esta muerte ha sido una oportunidad para volver sobre una figura ambivalente. Para algunos fue un reformador que logró la paz, para otros un villano que acabó con un imperio.

Anatoly Kurmanaev, quien creció en Siberia en los años ochenta, reflexionó así sobre el desprecio que sentían los comunistas y los nacionalistas rusos por el líder: “cuando me mudé a estudiar a Occidente, me sorprendió el respeto y los elogios que inspiraba Gorbachov. Su imagen general en Occidente —la de un estadista astuto e iconoclasta que le ganó la partida a los soviets de línea dura y puso fin a la Guerra Fría sin una catástrofe nuclear— contrastaba de forma inquietante con el modo en que la mayoría de los rusos lo veíamos”.

Vale mucho la pena leer el estupendo obituario de Gorbachov, escrito por Marilyn Berger, que funciona al mismo tiempo como un resumen histórico de las transformaciones del mapa de Europa y del balance de poder mundial.