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Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades


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Manuel Ferrer Muñoz. La rebelión de la gente

Me siento parte de ese colectivo –‘gente’- al que se refiere con desprecio el portavoz de Unidas Podemos en el Congreso de Diputados de España, el doctor Pablo Echenique, consciente de que nuestra estulticia reclama ese esfuerzo pedagógico que él y sus amigas despliegan con tanta insistencia como mal gusto y estilo tabernario, para abrirnos la mente a porrazos con sus gritos y sus dicterios y hacernos entender así dónde están y quiénes son los malos.

La verdad, los que componemos esa chusma, gente despreciada por la chillona y descarada nueva casta, agradeceremos que nos dejen en paz y que renuncien a martillearnos con sus consignas y los grititos mitineros de personajillos de segunda como Irene Montero o Ione Belarra y sus acólitas, encaramadas a un gobierno de ‘coalición’ tan cohesionado que sistemáticamente se dedican unos y otros a asestarse puñaladas y a descalificar las acciones y omisiones de la otra parte. Ese patético matrimonio de conveniencia sostiene en un equilibro cada día más precario al frente del ejecutivo a un tal Sánchez, que ha traicionado a todos –incluida su propia formación política y un electorado al que prometió que nunca gobernaría con Podemos-, para aferrarse al poder que detenta y seguir siendo el ‘palico de la gaita’. Ese matrimonio de conveniencia no culmina en divorcio porque socialistas y podemitas saben que, tras la ruptura, llegará el desalojo de la Moncloa.

Esta gente chusca y obtusa, de la que formo parte, comparte la indignación de una joven trabajadora agrícola andaluza que, a través de las redes sociales, ha manifestado su hastío de las ‘feministas iluminadas’ que no han pisado el campo y que, desde su acomodada situación de pijas y desde la atalaya de sus privilegios de casta y desde el desconocimiento radical de la España de carne y hueso, predican la liberación de la mujer campesina.

La gente idiota e ignorante con la que me identifico apenas aguanta la risa cuando oye las prédicas de Pablo Iglesias, ese enajenado que ejerció de vicepresidente de gobierno opositor de su propio gobierno –una original versión de la dialéctica marxiana-, y que nada hizo sino propaganda barata durante los meses que aguantó en su ejercicio de payaso de circo y en su fracasado experimento de hombre de Estado. Obsesionado ahora con los empresarios exitosos del país, ha llegado a afear al presidente de Mercadona que en esa cadena de supermercados se vendieran naranjas de origen sudafricano en noviembre de 2021 (sí, noviembre y sí, 2021: estamos en 2023, recuerden), sin reflexionar sobre la circunstancia no desdeñable –bien conocida por la gente necia e iletrada a la que pertenezco- de que no siempre se cosechan naranjas en España durante la estación invernal.

A la gente ruda y lerda a la que, sin embargo, no ha abandonado el sentido común, le cuesta entender cómo puede promover el diálogo social un gobierno (siempre con minúsculas) que, cuando habla de los empresarios, agota los insultos del diccionario de la Real Academia Española: antipatriotas, no comprometidos con su país, piratas, cerriles… La gente boba, iletrada, se plantea el interrogante de si el reproche es un mecanismo apto para acercar posturas y fomentar el entendimiento entre empresarios y sindicatos, y se pregunta también cómo se vería desde la calle a un gobierno que, en su condición de árbitro, criticara y denigrara hasta el ensañamiento a los líderes sindicales, contraparte imprescindible también del diálogo social. Esa misma gente vulgar, socarrona, ride sotto i baffi (se sonríe con malicia) cuando oye decir a esos ilustrados mamarrachos que los Países Bajos constituyen un paraíso fiscal.

El pequeño y simpático disparate sobre las características del sistema impositivo de los Países Bajos, en que no incurriría un estudiante de primer curso de Ciencias Económicas, es atribuible al excesivo quehacer a que se ve sometido el director de orquesta de esta pandilla de presuntos músicos para tapar los mayúsculos y vergonzosos escándalos de corrupción en que se ha visto implicado uno de los suyos, que, en su extraordinario talento para delinquir, organizó una trama que involucra a políticos y empresarios, en la que los primeros vendían favores con la oferta del cóctel perfecto para tentar voluntades tibias: dinero, prostitución, drogas.

La gente de a pie, gente simple por definición, se hace cruces cuando le cuentan algunas de las ocurrencias del proyecto de ley de protección, derechos y bienestar  de los animales con el que el sabio legislador quiere devolver a los animalitos al paraíso original del que nunca debieron ser expulsados: por ejemplo, la obligatoriedad de que las personas que opten a ser titulares de perros realicen un curso formativo al efecto, y de que realicen un test en que se valore su aptitud para desenvolverse en el ámbito social… A fin de cuentas, cabe preguntarse: ¿cómo van a ser titulares de derechos los animales, si no tienen obligaciones? ¿No será que los inspiradores de esa normativa se atascaron en primero de Derecho? Así mostró su asombro ante ese proyecto de ley uno de los nuestros (gente corriente y moliente, que vive en contacto con la naturaleza): «¿Por qué no se puede matar a un ratón que entra dentro de una casa? Las ratas son seres sintientes. ¿Qué van a hacer los productores de cereales con la plaga de ratones?  […] Con esta ley van a lograr que haya muchos más animales abandonados que antes. A mi perro, que lo tengo para proteger a los demás animales del lobo, ¿cómo lo considero? Me hace compañía y es guardián. Lo importante es cuidar de él y no maltratarlo y para eso no hacen falta leyes. Todos conocemos la diferencia».

Por eso, porque la gente sencilla y llana tiene ojos en la cara, vuelve la espalda a los visionarios que, instalados en sus torres de marfil y desconocedores del mundo real, legislan sobre lo que ignoran y dan la espalda al que sabe, al hombre común, al profesional competente, al jurista experto en leyes, a la persona cabal que no necesita la coerción para actuar con honradez.

Por eso la gente, cansada de los manipuladores que se presentan como curanderos de todos los males imaginables, empieza a dar señales de rebeldía. ¿Estaremos en vísperas de una Revolución que reponga las cosas en el orden que reclama la sensatez?

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Gabriel Albiac. El sexo de los niños

Las advertencias recogidas en la entrada anterior ante la declarada intención del Gobierno de España de hacerse con el control del Tribunal Constitucional adquieren sólido fundamento ante la temeridad de planteamientos tan aberrantes como el que acaba de exponer la inefable ministra de Igualdad, desconocedora de los fundamentos éticos de la condición humana, y despreciada por las propias feministas, por su insolvencia, sus continuos sinsentidos y los daños colaterales infligidos por su Ministerio a los colectivos que abogan por el pleno reconocimiento y vigencia de los derechos de la mujer.

Si se subordinara el Constitucional a un Gobierno como el que hoy se sostiene en España merced a pactos con fuerzas políticas desintegradoras del consenso y de la unidad nacional, el caos se asentaría en la (des)gobernanza de un miembro de la Unión Europea que habría extraviado el rumbo. Las consecuencias serían de alcance impredecible.

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Las palabras son material de alto riesgo. La ignorancia lo es más. Nada de lo que la acrisolada insipiencia de la ministra de igualdad pueda proferir, sea en público, sea en privado, debiera moverme a asombro. Pienso, sin embargo, que esta vez hasta ella misma debe haber entendido su metedura de pata; o debiera de haberla entendido, al menos, su nube de asesores. Aguardo pues, como imagino que estarán aguardando sus colegas de Gobierno, una rectificación formal de lo que, con el código penal en la mano, fue anteayer la apología explícita de un delito en especial repugnante.

Declaración de la ministra Irene Montero ante la Comisión de Igualdad del Parlamento, el miércoles pasado: todos los que ella llama –en abuso de diccionario, acorde con la entidad de sus laudables meninges– «niños, niñas, niñes» de este país nuestro «tienen derecho a saber que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana. Basadas, eso sí, en el consentimiento. Y esos son derechos que tienen reconocidos».

Derechos. Código penal español vigente (Ley Orgánica 10/1995 de 23 de noviembre de 1995), artículo 181: «1. El que realizare actos de carácter sexual con un menor de dieciséis años, será castigado con la pena de prisión de dos a seis años… 2. Si en las conductas del apartado anterior concurre alguna de las modalidades de agresión sexual descritas en el artículo 178, se impondrá una pena de prisión de cinco a diez años».

La redacción de la ley deja poco lugar a duda. El Código pena como delito cualquier contacto o relación sexual con menores de dieciséis. Y añade una circunstancia agravante de la pena en aquellos casos en los que, al delito inicial, se añada la violencia o agresión.

Las palabras de la ministra dejan aún menos lugar a interpretaciones ambiguas. El carácter delictivo se restringe, en su criterio, a los casos en los que se registre «una forma de violencia» para «tocar su cuerpo si ellos no quieren». Y se exime de cualquier responsabilidad –penal como moral– a las relaciones sexuales del menor «con quien le dé la gana», sin restricción de edad por ninguna de ambas partes. Ley y ministra se excluyen. O el Código o Montero.

Las palabras son terribles. En su alegato, la ministra confunde como sinónimos «amar» y «tener relaciones sexuales» –a la manera en que suele dar por sinónimos «genitalidad» y «sexo»–. No seré yo quien le recomiende leer la obra erudita de referencia: la de Anders Nygren sobre los matices léxicos que, entre éros y agápè, pasan del mundo griego hasta nosotros. Ni siquiera le sugeriré la lectura del bello y sencillísimo libro de Denis de Rougemont sobre El amor y occidente. Podría, tal vez, atreverme a recomendarle la lectura de Platón, en un arrebato de delirio. Pero sería, por mi parte, bastante más grotesco que pedir peras al olmo.

La verdad es que me conformaría con que leyese sólo los textos legales de la España en cuyo Gobierno oficia. O que se los leyesen. Que empiece por el Código Penal de 1995. Y, después, que presente solemnemente sus excusas. O que se vaya a casa.

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España. Las pifias de la Ley Montero: duplicidades, tipos penales inexistentes y mala redacción

irene montero

El artículo de José L. Lobo pone el dedo en una llaga especialmente sensible: el recurso al victimismo y a la denuncia de los matones machistas para disimular las meteduras de pata de una mujer que llega a ocupar un Ministerio sin la solvencia que se supone exigible a quien asume una responsabilidad de tal calibre. En otros tiempos, y en cualquier otro país, su condición de pareja del vicepresidente segundo del Gobierno de España hubiera despertado las críticas más feroces. Pero ya se sabe, aquí PODEMOS hacer cuantas barbaridades se les ocurran, que no pasa nada, porque hay que blindar al iluminado que, pese a sus descalabros electorales, se ha encaramado a la Presidencia del Gobierno más inestable de toda la democracia española.

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Duplicación de artículos de leyes vigentes, invasión de competencias autonómicas, redacción farragosa, técnica legislativa inadecuada… Con ésas y similares descalificaciones, el Ministerio de Justicia ha elaborado un informe en el que propina un auténtico varapalo al anteproyecto de ley de Libertad Sexual elaborado por el Ministerio de Igualdad que dirige Irene Montero, que ahora deberá pasar el filtro del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), del Consejo Fiscal y del Consejo de Estado antes de iniciar su tramitación parlamentaria. Las profundas discrepancias entre el PSOE y Unidas Podemos sobre la ley que se ha dado en llamar del «sólo sí es sí», en referencia al consentimiento explícito en las relaciones sexuales, han alcanzado su punto álgido en las últimas 48 horas, después de que el vicepresidente y líder de Podemos, Pablo Iglesias, afirmase el martes que «en las excusas técnicas [del Ministerio de Justicia] hay mucho machista frustrado». El ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, le dio ayer la réplica: «Hay ministerios un poco más antipáticos, como Hacienda o Justicia, que nos ponemos tiquismiquis para que las leyes que salgan del Gobierno sean lo más perfectas posibles».

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Sola y borracha quiero volver a casa

Sola-y-borracha

Ahí van unas cuantas reacciones -cosechadas al azar- al demencial eslogan acuñado por la ministra de Igualdad de España para popularizar el anteproyecto de ley de libertad sexual. Tal vez sería deseable de parte de ese Ministerio más consistencia jurídica y menos palabrería barata e irresponsable: que pregunten, si no, al prudente ministro de Justicia, obligado a tragarse acusaciones de machismo de un enloquecido Echenique, portavoz del grupo parlamentario de Unidas Podemos en el Congreso de los Diputados, por sus críticas a un borrador colmado de disparates y carente en muchos pasajes de técnica jurídica.

Policías expertos en violencia sexual responden a Montero: «volver a casa sola y borracha es ponerse en riesgo».

“El alcoholismo es un gran problema para quien lo padece y para su entorno, y a la ministra de Igualdad (cuesta trabajo que Montero ocupe un asiento en el Consejo de Ministros) le parece estupendo volver borracha a casa”.

“La frase es lo de menos, pero demuestra donde ponen el foco; una ley que solo tiene palabrería, que no mejora en nada lo existente”.

«A mis hijas, aunque sean mayores, no las quiero ver borrachas».

A continuación remitimos a la carta de Fernando Ónega a Irene Montero, de la que se ha tomado la última frase:

“Mi código de valores –que también lo tengo, créame– todavía me dice que beber no está bien; que beber sin moderación no es exactamente una virtud, que las autoridades públicas no dan el mejor ejemplo al publicitar la borrachera y que, por lo tanto, la borrachera no debiera ser aceptada con toda naturalidad y asumida como eslogan por un ministerio del Estado. Solo es una opinión, señora Montero. Pero a mis hijas, aunque sean mayores, no las quiero ver borrachas. Aunque usted grabe ese mensaje con letras de oro en el Ministerio de Igualdad.

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