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Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades


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Los músicos de Stalin. El resultado de cien años de música rusa

El sello Berenice, de la Editorial Almuzara, anuncia la salida al mercado de Los músicos de Stalin, un nuevo libro de Pedro González Mira, periodista musical y autor de cuatro éxitos editoriales publicados por el mismo sello.

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Los músicos de Stalin. El resultado de cien años de música rusa se ocupa de la música escrita por los compositores más significativos del área rusa desde los últimos años del zarismo hasta la compuesta después de la caída de la Unión Soviética, haciendo especial hincapié en los maestros que, de una manera u otra, desde dentro y desde fuera, trabajaron durante los años de la dictadura de Stalin. Un repaso desde Glinka a Chaikovski; desde Rimski-Korsakov a Musorgski; desde Rachmaninov a Stravinski, Prokofiev, Shostakovich y sus herederos.

Defiende la tesis de que los que trabajaron en los años de acero fueron el resultado de un poliédrico proceso que arranca con un coloreado y potente movimiento nacionalista hasta alcanzar una vanguardia que sólo a veces es capaz de expresarse con autonomía, debido a la permanente mediatización de su asfixiante dependencia política. Indirectamente, pues, habla de las relaciones entre el espíritu de lo ruso y su inagotable y magnífica inventiva.

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José Manuel Castellano. Dos experiencias innovadoras en el ámbito educativo: La Editorial Centro de Estudios Sociales de América Latina y la Tribuna Internacional La Clave

En una reciente entrada del blog anunciamos la impartición de esta conferencia en el marco del I Congreso Mundial Virtual de Educación ‘Nuevos tiempos, nuevas voces. Hacia la transformación educativa’.

Hoy tenemos la satisfacción de reproducir el texto en su integridad.

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Estas dos experiencias innovadoras tienen un origen multicausal:

  1. En primer lugar, surgen desde la práctica docente en las aulas universitarias.
  2. El segundo componente es consecuencia directa de los diagnósticos que hemos realizado sobre la población estudiantil universitaria relacionados con las temáticas de hábitos y prácticas culturales, lectora, capacidad y asimilación comprensiva, procesos escriturales y comunicacionales, donde hemos obtenido de forma sistemática en el tiempo unos datos altamente preocupantes que nos llevan a plantear la existencia de graves carencias en el sistema educativo. Algo, sin duda, se está haciendo mal y es necesaria una intervención urgente.
  3. Un tercer aspecto deriva de la identificación de los obstáculos y limitaciones que encuentran los investigadores y docentes en sus distintos niveles profesionales a la hora de dar salida a sus hallazgos o creaciones.
  4. Y un cuarto elemento se corresponde con la debilidad detectada en las acciones de vinculación de las instituciones educativas y culturales con la colectividad o la sociedad.

De modo que nuestra propuesta va encaminada a intervenir en esa realidad que no se circunscribe exclusivamente al ámbito de la Enseñanza Superior sino que también intenta establecer lazos de conexión con las etapas preuniversitarias con la finalidad de potenciar la ejercitación en sus diferentes espacios y con una decidida vocación por estrechar vínculos con la sociedad.

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Para acceder al texto completo de la ponencia, puede pincharse en este enlace.

Para el vídeo, aquí.


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Paloma Santamaría. La razón por la que es imprescindible abrazar a tu hijo adolescente

Tener un hijo adolescente es todo un reto para una familia. Las rabietas de la infancia se quedan en nada en comparación con los conflictos familiares que surgen entre padres e hijos al llegar a los 13 ó 14 años. A los cambios físicos se unen los psíquicos y sociales: cuestionan a los adultos, los límites o las reglas en ese camino necesario hacia la edad adulta. Se desarrolla una percepción de quién es uno y se aprende a intimar con personas distintas de los miembros de la familia.

Guiar a los adolescentes a través de este intrincado periodo de desarrollo es un auténtico reto para los padres. Pero, ¿existe una fórmula mágica?

Un estudio llevado a cabo en EE.UU. concluye que los padres que mantienen una crianza y una participación positiva con sus hijos sentaron las bases para una relación cercana cuando sus adolescentes se convirtieron en adultos.

Greg Fosco, profesor de desarrollo humano y estudios familiares del Centro de Investigación de Prevención Edna Bennett Pierce en Penn State, e investigador principal, asegura que el estudio es uno de los primeros en examinar cómo los cambios en la participación de los padres, su calidez y la disciplina efectiva durante la adolescencia predicen la calidad de las relaciones entre los padres y sus hijos adultos jóvenes.

El desafío del adolescente

En el estudio, publicado recientemente en Developmental Psychology, un equipo de investigación encuestó a 1.631 participantes de familias de áreas rurales y semirrurales de Pensilvania e Iowa con hijos con edades comprendidas entre los 11 y los 16 años. Pasado el tiempo, cuando tenían 22 años, repitieron las encuestas.

Cuando los hijos llegan a la adolescencia, a menudo los padres expresan menos calidez y afecto, pasan menos tiempo con sus hijos adolescentes y se vuelven más duros en su disciplina. Aunque mantenerse involucrado en la vida del adolescente y permanecer cerca de ellos mientras buscan una mayor independencia y autonomía es todo un desafío, el profesor de Desarrollo Humano y Estudios Familiares afirma que, a pesar de que la crianza en estos años es difícil y diferente, «nuestra investigación muestra que los padres que pudieron mantener una crianza y una participación positivas sentaron las bases para una relación cercana cuando sus hijos adolescentes se convirtieron en adultos», aseguró Fosco.

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Joel Ortega Juárez. ¿Qué hacer?

En estos días he tenido algunas pláticas con viejos amigos y camaradas, con cuates más recientes y han aparecido cartas, llamados de personajes de las élites en torno a la situación crítica que vivimos en México.

Existe una creciente preocupación por encontrar un camino, para impedir la imposición de un Estado militarizado.

Durante casi toda mi vida me ha tocado participar en múltiples batallas en defensa de la libertad y contra el capitalismo mexicano en sus diversas formas.

Siempre es desafiante encontrar rutas que consigan sumar a los diferentes. Lo más frecuente y cómodo es agruparse solamente con los que están de acuerdo en casi todo. Esa actitud denominada sectarismo, conduce al aislamiento y a una intolerancia dogmática, donde prevalece esa leyenda de ”mientras más puros mejor aunque seamos pocos”, también lleva al absurdo planteamiento de “si la realidad no coincide con la teoría pobre realidad”.

Un cierto instinto me hace sentir que estamos ante fenómenos inéditos y ante situaciones que pondrán a todos a prueba.

Más allá o más acá de las encuestas, se siente una creciente inquietud y desacuerdo con el gobierno de López Obrador.

Recientemente me encontré con un antiguo maoísta de los sesenta, que también fue delegado al CNH del 68 y me sorprendió gratamente su crítica al gobierno. Aparentemente hay muchos como él, incluso algunos que públicamente han apoyado a la Cuarta Transformación y específicamente a López Obrador.

También he conversado con amigos muy lúcidos y agudos, que incluso votaron por AMLO y ahora están buscando qué hacer para derrotarlo. Alguno de ellos dice que el acuerdo principal del momento es hacer todo lo necesario para lograr ese objetivo.

Compañeras y amigas de varias décadas de amistad y de lucha están hartas de los atropellos de AMLO y sus posturas antifeministas y de confrontación con los movimientos ambientalistas, de pueblos originarios y la militarización nacional.

Entre los chavos hay todo tipo de actitudes. Han surgido experiencias muy originales y formas de participación mucho más variadas que las tradicionales o las de los años sesenta. Desconfían profundamente de los partidos y la vía electoral. Su actividad se realiza por ámbitos muy novedosos en las comunidades, la organización de los consumidores, los grupos autogestionarios y múltiples formas de resistencia no institucional, hay una inédita participación en y por medio de la cultura, en su sentido más amplio.

Las oposiciones liberales y partidistas actúan solamente en el ámbito electoral.

¿Podrán confluir ambas oposiciones?

Compañeros con los que he compartido batallas en el medio universitario, en el sindical, en el partidista e incluso en la herejía de haber llamado a votar por Vicente Fox, están muy interesados en descifrar el momento que estamos viviendo. Se trata de compañeros muy comprometidos y congruentes, incluso hay quienes votaron por AMLO, pero consideran que este gobierno ha cometido una estafa a los electores que votaron por él para realizar un cambio y el presidente hace exactamente lo contrario.

Muchos militantes de grupos comunistas, trotskistas en donde predominan los jóvenes, tienen una abierta oposición al gobierno de la 4T. Dado que sus políticas están “al servicio de la burguesía” y además realizan proyectos contra el medio ambiente y las comunidades originarias, el Tren Maya, las Presas de Morelos y en el Valle del Yaqui, el transístmico y ahora la pretensión de llevar las cerveceras al sur del país.

En el medio universitario crece el rechazo a las políticas gubernamentales y a sus proyectos, como las llamadas Universidades Juárez, donde hay una política laboral muy patronal y de una precariedad casi total en los derechos laborales de los académicos.

Ese rechazo al gobierno está presente en las normales, donde se ha usado la represión contra los estudiantes.

Percibo un clima similar al de 1987-88. Porque como entonces hay un descontento que puede ser canalizado por medio de un frente electoral, en ese caso se trató de un frente de las izquierdas aliadas con la disidencia del PRI.

Por paradójico que parezca, también siento un parecido con el proceso de la campaña del 2000 que sumó a millones contra el PRI y consumó la primera alternancia en el gobierno por vía electoral derrotando al PRI: Hazaña que defraudó Vicente Fox como presidente.

Además del universo anteriormente descrito y al que conozco mejor, están los frentes partidistas y de grupos civiles e incluso empresariales que tienen el objetivo de tener una candidatura opositora única para las elecciones de 2024.

En ese complejo panorama no está nada sencillo construir una opción que tenga viabilidad.

Resulta muy difícil tener como única opción la de un frente electoral contra Morena, basado en el bloque PAN-PRI-PRD. No solo para los opositores de las izquierdas, sino para muchos electores opuestos al PRI por décadas es un viraje casi imposible votar ahora por un bloque de PRI-PAN. Todavía resulta más complicado cuando vemos los escándalos en el PRI y en el PAN de sus principales dirigentes.

La cuestión es que si no hay una candidatura opositora única, el triunfo de MORENA es inminente.

En mi caso personal, tengo más de 20 años de no votar por ningún candidato o partido electoral a ningún cargo. He optado por anular mi voto, no por abstenerme porque la abstención siempre favorece a los poderosos.

Los tiempos están corriendo muy rápido. Pronto vencerán los plazos para el registro de nuevos partidos, pero, aunque estuvieran abiertos la experiencia nos dice que es casi imposible que registren partidos verdaderamente autónomos. Las candidaturas independientes son aún más imposibles, están hechas para grupos muy poderosos con mucho dinero para reunir las firmas y realizar las asambleas correspondientes.

No se pueden descartar fenómenos extra parlamentarios, como los ocurridos en Chile que lograron derrotar a la clase política e imponer la convocatoria a un Constituyente y luego construyeron una alianza electoral que triunfó con Boric.

Ante los graves actos militaristas y contra los más elementales derechos democráticos que realiza el presidente Andrés Manuel López Obrador, se requiere imaginar una ruta o una serie de caminos para poder unir a las oposiciones tan diversas tanto políticamente, ideológicamente y socialmente. Es una labor individual y colectiva de mucha gente.

Es un caleidoscopio ese complejo universo opositor.

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Manuel Ferrer Muñoz. La sociedad del desconocimiento

A principios del siglo XVIII, Leibnitz adquirió la certeza de que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Faltaba poco entonces para que empezara a desplegar sus alas el gran movimiento intelectual que dio en llamarse la Ilustración, que consagró la fe en el progreso humano y su convicción de que no existía impedimento alguno que estorbara la capacidad del hombre para desentrañar el último misterioso resquicio del universo. Relegado Dios a un ‘prudente’ segundo plano, la criatura desplazaba a su Creador y le arrebataba la plenitud del ser y del saber. La ignorancia humana desaparecería como por ensalmo, en la medida en que las Luces de la Razón iluminaran la oscuridad de un mundo anclado en una fe religiosa que había mantenido al hombre alejado de la libertad de pensamiento y sujeto al férreo control de los sacerdotes.

No hace falta decir que el panorama descrito hasta aquí no deja de ser una ensoñación en la que muy pocos ingenuos siguen creyendo. Liberado el hombre de Dios, la Humanidad pareció dirigirse a la autodestrucción con el estallido de la Gran Guerra en 1914. El optimismo pleno derivó bruscamente hacia la angustiosa percepción de que ‘Occidente’ enfilaba una irremediable decadencia.

Y ni aun así quiso admitir el hombre su falibilidad, la limitación de su capacidad para conocer. Y perseveró en su inveterada tendencia a la búsqueda de ídolos que, en último término, se convirtieran paradójicamente en instrumentos para la adoración del ser humano: las tecnologías, por ejemplo. Sin embargo, entrados ya en el siglo XXI, nos sentimos cada vez más inseguros ante el poder de unas tecnologías cuyo manejo amenaza con escaparse de nuestras manos. La perseverante búsqueda de fuentes de energía capaces de atender la creciente y acelerada demanda de las sociedades modernas lleva anejos temores cada vez más profundos sobre las consecuencias medioambientales del recurso a los hidrocarburos o a la energía nuclear. Nos hemos visto instalados en un mundo que cada vez entendemos menos y gestionamos peor. Frankestein parece cobrar vida propia, mientras el hombre teme verse convertido en un muñeco.

Nuestra capacidad de conocer empieza a verse controvertida. Sobre un mismo fenómeno encontramos múltiples y contradictorias explicaciones, sin que acertemos a formarnos criterio propio. Los clásicos organizadores del conocimiento han saltado por los aires en nombre del relativismo, la improvisación o la chapuza manipuladora con que los políticos y sus cortesanos tratan de afrontar los retos que plantea a las modernas sociedades un mundo cambiante, sujeto a la irrupción de fuerzas desconocidas e inexplicables.

Y entonces se recurre al engaño. Los políticos y sus cortesanos, conocedores de que disponen de un tiempo muy corto para hacernos creer que saben lo que se traen entre manos –porque, de otro modo, podríamos darles las espaldas en el siguiente proceso electoral-, se han convertido en vendedores de humo, que improvisan soluciones mágicas, impuestas a la fuerza con el poder que, ingenuamente, transferimos a los Estados para que nos controlen y nos mantengan sumisos.

La sarta de equivocadas decisiones improvisadas durante la ‘pandemia’ del coronavirus, desconocedoras muchas veces de los derechos ciudadanos consagrados en las constituciones, no ha llegado a pasar la debida factura a quienes violaron principios fundamentales de la ideología liberal-democrática, e impusieron auténticas dictaduras sostenidas sólo por la fuerza y no por la razón. Y la precipitación con que muchos gobernantes sacan de la chistera soluciones para frenar la inflación y el encarecimiento de la energía atribuidos a la guerra de Ucrania, que Rusia rechaza que sea guerra, invitaría a la risa si no fuera porque, previsiblemente, serán catastróficos los resultados de esas ‘políticas económicas’ (por asignar un nombre digno a las payasadas de circo que se ensayan alegremente, en la vana esperanza de que alguna produzca efecto).

Lo simpático del caso es que, según los medios de comunicación a los que se acuda, los juicios de los sesudos ‘investigadores’ y ‘expertos’ que pontifican desde las redes discrepan de modo radical. ¿Qué habrá de verdad o de mentira en sus explicaciones de lo que se dice que está ocurriendo, qué argumentos de los que airean -insultando a quienes no los comparten- se sostendrá cuando pasen unos pocos meses? ¿Qué pasa realmente en Ucrania, en China, en Afganistán, en Venezuela, en Rusia?, ¿cuál es la situación de Siria o de Libia?, ¿se abre Marruecos a una democracia de corte occidental, o sigue jugando al despiste?, ¿cuáles son los verdaderos resultados electorales en tantas y tantas convocatorias sospechosas?, ¿cuáles serán los tratos entre los políticos y sus cortesanos encaramados al poder y los cortesanos y los políticos opositores, cuando no hay micrófonos delante?, ¿cuál habrá sido el alcance de la corrupción en países que se nos presentaban como ejemplo de pureza institucional?, ¿cómo justificar desde la ética las monstruosas diferencias sociales y económicas, incluso en sociedades supuestamente asentadas en los principios del Estado de bienestar?

Arrinconada la fe religiosa, nos preguntamos, temerosos, si habrá vida después de la muerte; y, aterrorizados, nos esforzamos por embotar nuestros sentidos para distraernos de las grandes cuestiones de la vida. Y nos aferramos a discusiones bizantinas, a apasionadas intervenciones en las redes sociales carentes de racionalidad y desprovistas del más elemental sentido común, que dan pábulo y una brizna de sentido a la existencia de pobres idiotas agresivos que se pronuncian sobre lo que ignoran, e insultan, desvergonzados, a quienes no les siguen la corriente.

Tal vez la mejor vía de escape de esas tendencias autodestructoras sea el reconocimiento humilde de las personales limitaciones, la conciencia de nuestra condición de criaturas, falibles pero a la vez abiertas al conocimiento de la verdad, a través de la reflexión. Propiciemos un silencio interior que facilite la imprescindible introspección que nos conecte con los valores espirituales de la vida.

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Presentación del libro Benamocarra y sus gentes

En un emotivo acto celebrado en Cuenca (Ecuador), al que pudo accederse online a través de la plataforma Zoom se presentó este libro, que constituye una apuesta comprometida por el recurso a la oralidad para la reconstrucción de la historia local: en este caso, de un pequeño pueblo de la Axarquía malagueña.

La Editorial de Centro de Estudios Sociales de América Latina sigue apostando por la difusión de la cultura en ambas orillas del Atlántico.

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Manuel Ferrer Muñoz. Si yo fuera niño

Algunos de mis lectores recordarán esta bellísima canción de la película El violinista en el tejado, de 1971, adaptación del musical de Broadway del mismo nombre estrenado en 1964: Si yo fuera rico. Tal vez a otros lectores más jóvenes suene más familiar una boba y pésima comedia española titulada Si yo fuera rico, rodada en 2019: a estos últimos les recomendaría que borren ese recuerdo superfluo de sus memorias.

Tevye, el protagonista de El violinista en el tejado, una película ambientada en la Rusia zarista del siglo XIX, reflexiona sobre la tradición y las dificultades que enfrenta una persona que, además de su condición de pobre, pertenece a una comunidad judía acosada por sus vecinos y perseguida por las autoridades del Estado. Y sueña, con la ingenuidad de un niño, lo que haría de su vida si fuera rico.

Puestos a soñar, yo prefiero imaginar que vuelvo a ser niño, porque el niño es el hombre en estado prístino, antes de que su entorno se haya encargado de recortarle las alas. Además, aquel hombre sabio en quien los creyentes reconocemos al Hijo de Dios invitó a los que le escuchaban a que se hicieran como niños; y ese mensaje, que viene de una fuente tan fiable, ha traspasado ya la barrera de veinte siglos y sigue resonando como un reto difícil de alcanzar. Probaré a adentrarme por ese sueño tan atractivo, que tantos desafíos plantea…

Si yo fuera niño, seguiría pidiendo la luna, como han hecho casi todos los niños desde que el mundo es mundo; y dejaría para los mayores la mesura y el pesimismo supuestamente realistas.

Si yo fuera niña, rechazaría los vestidos de color rosa, jugaría con muñecas y competiría en un equipo federado de fútbol: obviamente, no hablo de fútbol americano sino del bueno, del soccer que se dice en Estados Unidos.

Si yo fuera niña, iría proyectado mi boda con mucha anticipación, y dejaría muy clarito a quien se atreviera a casarse conmigo que me importa un bledo la presencia de muchos invitados, y que si deseo casarme por la Iglesia es porque soy creyente y quiero poner a Dios por testigo de mi amor a la persona que elija para compartir el resto de mi vida.

Si yo fuera niña, le diría a la ministra de Igualdad de España que no me gusta volver a casa sola ni borracha: que se quede ella con esa estúpida aspiración.

Si yo fuera niño –o niña, que igual da-, me costaría mucho entender por qué los políticos que juegan con la educación de los niños, y quieren impedir que éstos jueguen, no se dejan caer de vez en cuando por las escuelas. ¿Acaso esa pandilla de sanguijuelas no se ha enterado de que el acoso escolar se da a diario en todos los rincones del mundo, sin que los servicios sociales hagan nada efectivo por impedirlo? ¿Ignoran quizá que hay miles de niños a los que algunos compañeritos hacen imposible la vida, hasta el punto de incitarles a optar por el suicidio? ¿Son incapaces de entender que los ‘deberes’ con que nos acogotan en las escuelas son un atentado a nuestra creatividad y que, en aras a esa imposición tiránica, sacrificamos un tiempo que necesitamos para jugar? ¿Por qué quieren encerrar a todos los niños en las escuelas tantísimas horas diarias, cuando es posible –y más divertido- aprender desde la libertad y el cariño que se respiran en el propio hogar?

Si yo fuera niña o niño, escribiría una carta a la ministra de Igualdad de España y, en un esfuerzo tremendo por mostrarme cortés, le contaría que eso de niño, niña, niñe es, con diferencia, la tontería más grande de que he oído hablar; y le diría también que los niños –todos los niños, sin necesidad de la repetidera cansina de niños/as- estamos hasta el copete de tanta palabrería insulsa y necia.

Si yo fuera niño –el género importa un pimiento también en este caso-, levantaría en armas a mis compañeros de clase para que impidieran que en los colegios se hable de Manualidades cuando se quiere tratar de la Expresión Artística. ¡Como si la escultura, la pintura o el origami no exigieran actividad de la inteligencia!

Promovería plantones ante las sedes de todos los ayuntamientos del mundo, para que las autoridades municipales dejaran de construir parques infantiles concebidos y diseñados como si los niños fueran hámsteres, obligados a ser felices con las infinitas vueltas a una noria que trata de disimular su cautividad.

Si yo fuera niño, hablaría seriamente con mis padres para que pensaran más en mí y menos en las cosas de sus trabajos, y les preguntaría por qué les obligan sus jefes a pasar casi todo el día fuera de casa.

Reclamaría más días en el campo o en la playa, al aire libre y en libertad, y menos encerronas aburridas en casa, alejado de mis amigos y pegado a aparatos tan hipnóticos como el iPad (incluso estaría dispuesto a reconocer que en esto –quizá sólo en esto- mis padres y mis abuelos, puestos de acuerdo por esta única vez, tienen toda la razón).

Disfrutaría como un enano haciendo construcciones, junto a mis amigos, con los materiales que encontráramos tirados por el campo, y montaríamos una casita en un árbol que fuera nuestro centro de operaciones aventureras.

Me las ingeniaría para pasar muchas horas con mis abuelos, y me esforzaría por no olvidar las conversaciones con ellos, ni las historias que me narraran.

Me quejaría de lo difícil que es practicar la gimnasia artística, porque hay muy pocas instalaciones. ¿Por qué todo tiene que ser fútbol, fútbol y más fútbol, por mucho que a mí me guste el fútbol?

Si yo fuera niño recordaría a todos los mayores, a grito pelado, que también ellos fueron niños. Y añadiría que, si somos como somos y si hay cosas que no les agradan en nuestro modo de ser, culpen a la genética, a tanto tiempo encerrados entre cuatro paredes, a su falta de habilidad para llevarnos por las buenas, al exceso de prohibiciones… Bueno, concedería a lo sumo que un poquito, sólo una mínima parte de lo que desagrada a los adultos de nosotros, los niños, se debe a nuestros pequeños errores propios de niños pequeños a los que cuesta moderar sus emociones y mostrarse siempre ecuánimes y circunspectos.

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Manuel Ferrer Muñoz. ¡A las trincheras!

En breve daré a conocer a través de las redes sociales los nuevos enfoques de SAICSHU -Servicio de Asesoría sobre Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades (https://icsh.es/)-, que puse en marcha hace tres años. La remodelación implica una poda radical en los servicios que se ofrecen, durante los próximos doce meses, para atender a lo que se considera más esencial. Desde luego, no se trata de una operación de cirugía estética, ya que la meta última a la que apuntamos es una muerte digna, porque habrá sido una muerte en combate: así prevemos que ocurra, y no por circunstancias externas sobrevenidas, sino por propia decisión.

La investigación en esas ramas del saber -humanidades y ciencias sociales- ha emprendido desde hace tiempo unos derroteros que rechazo en buena medida, por cuanto está perdiéndose de vista lo esencial, mientras se prioriza lo trivial.

Y no son tiempos de andarse por las ramas ni de cultivar bizantinismos.

Es la hora de plantar cara a los que, con el disfraz de demócratas, pretenden imponer dogmas totalitarios, mediante la ingeniosa estrategia de cultivar con esmero la ignorancia de las masas y conducirlas con suavidad a la embriagadora atmósfera de la estupidez, resultado inevitable del abandono del hábito de pensar por propia cuenta.

A la vista de esta declaración de intenciones, se entiende que el firme propósito de mi quehacer intelectual y literario a lo largo del año que acabamos de estrenar se dirija a una profundización en el estudio de los artificios y mentiras de que se sirven los gestores estatales de la política educativa para laminar la capacidad de los ciudadanos de desarrollar un discurso propio, al margen de las ‘verdades’ impuestas desde esos ‘centros del saber’ que son los poderes legislativos de los estados. Leyes injustas e inicuas son aceptadas de modo acrítico por ‘súbditos’ aborregados a quienes la llamada gandhiana a la desobediencia civil suena sencillamente a música de extraterrestres.

A esas aspiraciones idiotizantes de quienes detentan el poder político contribuye el abandono del saber filosófico: muy en particular, de la metafísica, la psicología y la lógica. A través de la escolarización forzosa se ha logrado que, ya desde edades tempranas, los niños renuncien al ejercicio de su libre imaginación y acepten las imposiciones brutales de unos dispositivos antipedagógicos que cercenan lo más valioso de sus mentes no contaminadas, sometidas a un bombardeo de normas disciplinarias que, simplemente, los convierten en actores pasivos de su propia educación y en masas obedientes a la autoritaria imposición de la voluntad de un profesorado que, bombardeado por una propaganda sistemática, no alcanza a cuestionarse si la tarea que desarrolla constituye o no un servicio a la sociedad, o si la mecánica transmisión de las normativas que le es impuesta representa o no una traición a los nobles objetivos que se planteó cuando abrazó una profesión de cuya grandeza y alcances es tal vez ignorante.

El concepto filosófico de verdad ha sido arrinconado y sustituido por un relativismo que huye del contraste con los hechos que acaecen al margen de nuestra voluntad, y disimula lo que ocurre en la realidad mediante el recurso a la ficción de lo que interesa que suceda.

Postergado el saber filosófico, la ruina mental de los jóvenes escolarizados se ve rematada por el empobrecimiento del lenguaje, reducido cada vez más a la repetición de eslóganes y vigilado por censores que deciden qué expresiones son correctas y cuáles han de ser reprobadas, en nombre de unos ‘valores’ supuestamente compartidos por toda la sociedad.

Por supuesto, la historia debe ser suprimida como investigación de la verdad, y reemplazada por una leyenda oficial que, acuñada como ‘la memoria histórica’, se impone por la fuerza: quienes discrepan de ella son anematizados como réprobos o reaccionarios sospechosos de maquinaciones siniestras.

Basta dejar al margen de la regulación legal aspectos centrales en el quehacer educativo, como el derecho de que los padres asuman la educación de sus hijos, si así lo desean, para perseguir y acosar a quienes, inconformes con el ‘sistema’ y queriendo lo mejor para su familia, emprenden el arduo y maravilloso camino de la educación en casa. El caso de España es paradigmático, y quien redacta estas líneas acumula experiencias asombrosas que espera compartir precisamente a través del blog de SAICSHU.

Espero que estas breves y, tal vez, desordenadas disquisiciones, que requieren un desarrollo mucho más extenso y sistemático, ayuden a comprender mi actitud militante contra lo académicamente correcto, y sean recibidas con respeto por los usuarios de aquel servicio. Honradamente entiendo que esta llamada a que nos atrincheremos frente al Estado déspota y combatamos sus políticas educativas con el arma del estudio concienzudo y del rechazo razonado de las mentiras disfrazadas de verdades es el mejor servicio que podemos brindar en SAICSHU. Y comprendo también que muchos de los colaboradores de los primeros tiempos prefieran dar un paso al lado, para no verse retratados como anarquistas irresponsables, desagradecidos con los estados bienhechores.

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Profesor renuncia a la cátedra porque sus alumnos no escriben bien

Un párrafo sin errores. No se trataba de resolver un acertijo, de componer una pieza que pudiera pasar por literaria o de encontrar razones para defender un argumento resbaloso. No. Se trataba de condensar un texto de mayor extensión, es decir, un resumen, un resumen de un párrafo, en el que cada frase dijera algo significativo sobre el texto original, en el que se atendieran los más básicos mandatos del lenguaje escrito -ortografía, sintaxis- y se cuidaran las mínimas normas: claridad, economía, pertinencia. Si tenía ritmo y originalidad, mejor, pero no era una condición. Era solo componer un resumen de un párrafo sin errores vistosos. Y no pudieron.

No voy a generalizar. De 30, tres se acercaron y dos más hicieron su mejor esfuerzo. Veinticinco muchachos en sus 20 años no pudieron, en cuatro meses, escribir el resumen de una obra en un párrafo atildado, entregarlo en el plazo pactado y usar un número de palabras limitado, que varió de un ejercicio a otro. Estudiantes de Comunicación Social entre su tercer y su octavo semestre, que estudiaron doce años en colegios privados. Es probable que entre cinco y diez de ellos hubieran ido de intercambio a otro país, y que otros más conocieran una cultura distinta a la suya en algún viaje de vacaciones con la familia. Son hijos de ejecutivos que están por los 40 y los 50, que tienen buenos trabajos, educación universitaria. Muchos, posgraduados. En casa siempre hubo un computador; puedo apostar a que al menos 20 de esos estudiantes tiene banda ancha, y que la tele de casa pasa encendida más tiempo en canales por cable que en señal abierta. Tomaron más Milo que agua de panela, comieron más lomo y ensalada que arroz con huevo. Ustedes saben a qué me refiero.

Por supuesto que he considerado mis dubitaciones, mis debilidades. No me he sintonizado con los tiempos que corren. Mis clases no tienen presentaciones de Power Point ni películas; a lo más, vemos una o dos en todo el semestre. Quizá, ya no es una manera válida saber qué es una crónica leyendo crónicas, y debo más bien proyectarles una presentación con frases en mayúsculas que indiquen qué es una crónica y en cuántas partes se divide. Mostrarles la película Capote en lugar de hacer que lean A sangre fría. Quizá, no debí insistir tanto en la brevedad, en la economía, en la puntualidad. No pedirles un escrito de cien palabras, sino de tres cuartillas, mínimo. Que lo entregaran el lunes, o el miércoles.

De esas limitaciones y dubitaciones, quizá, vengan las pocas y tibias preguntas de mis estudiantes este último semestre, sus silencios, su absoluta ausencia de curiosidad y de crítica. De ahí, quizá, vengan sus párrafos aguados, con errores e imprecisiones, inútilmente enrevesados, con frases cojas, desgreñadas. Esos párrafos vacilantes, grises, que me entregaron durante todo el semestre. Pareciera que estoy describiendo a un grupo de zombis. Quizá, eso es lo que son. Los párrafos, quiero decir.

El curso se llama Evaluación de Textos de No Ficción y pertenece a la línea de Producción Editorial y Multimedial de la carrera de Comunicación Social de la Universidad Javeriana. En cuanto a lecturas, siempre propuse piezas ejemplares en los géneros más notorios de la no ficción: crónica, perfil, ensayo, memorias y testimonios. A partir de clásicos nacionales y extranjeros, los estudiantes componían escritos como los que debe elaborar un editor durante su ejercicio profesional. Primero, un resumen: todos los textos de los editores son breves, o deberían serlo -contracubiertas, textos de catálogo, solapas, etcétera-. Una vez que la mayoría hubiera conseguido un resumen pertinente y económico, pasábamos a escritos más complejos: notas de prensa y contracubiertas, para terminar con un informe editorial o una reseña.

En el centro de todo el programa estaban la participación y la escritura de textos breves a partir de otro texto mayor. Insistí siempre en la participación en clase para fomentar actividades que noto algo empañadas en la actualidad: la escucha atenta, la elaboración de razones y argumentos, oír lo que uno mismo dice y lo que dice el otro en una conversación.

El otro concepto transversal, la economía lingüística, buscaba mostrarles la importancia de honrar la prosa. Si uno en 100 palabras debe sintetizar un libro de 200 páginas, debe cuidar cada palabra, cada frase, cada giro. En últimas, la palabra escrita les dará de comer a estos estudiantes cuando sean profesionales, no importa si se desempeñan como editores de libros, revistas o páginas web, como periodistas o como profesores e investigadores.

Los estudiantes de este último semestre, y los de dos o tres anteriores, nunca pudieron pasar del resumen. No siempre fue así. Desde que empecé mi cátedra, en el 2002, los estudiantes tenían problemas para lograr una síntesis bien hecha, y en su elaboración nos tomábamos un buen tiempo. Pero se lograba avanzar. Lo que siento de tres o cuatro semestres para acá es más apatía y menos curiosidad. Menos proyectos personales de los estudiantes. Menos autonomía. Menos desconfianza. Menos ironía y espíritu crítico.

Debe de ser que no advertí cuándo la atención de mis estudiantes pasó de lo trascendente a lo insignificante. El estado de Facebook. «Esos gorditos de más». El mensaje en el Blackberry.

Nunca he sido mamerto ni amargado ni ñoño: a los 20 años, fumaba marihuana como un rastafari y me descerebraba con alcohol cada que podía al lado de mis cuates. Quería ver tetas, e hice cosas de las que ahora no me enorgullezco por tocarlas. Empeñé mucho, mucho tiempo en eso. Pero leía.

No sé. En esos tiempos lo importante, creo, era discutir, especular, quedar picados para buscar después el dato inútil. Interesaba eso: buscar. Estoy por pensar que la curiosidad se esfumó de estos veinteañeros alumnos míos desde el momento en que todo lo comenzó a contestar ya, ahora mismo, el doctor Google.

Es cándido echarle la culpa a la televisión, a Internet, al Nintendo, a los teléfonos inteligentes. A los colegios, que se afanan en el bilingüismo, sin alcanzar un conocimiento básico de la propia lengua. A los padres que querían que sus hijos estuvieran seguros, bien entretenidos en sus casas. Es cándido culpar al «sistema». Pero algo está pasando en la educación básica, algo está pasando en las casas de quienes ahora están por los 20 años o menos.

Mi sobrino le dice a su madre, mi hermana, que él sí lee mucho, en Internet. Lo que debe preguntarse es cómo se lee en Internet. Lo que he visto es que se lee en medio del parloteo de las ventanas abiertas del chat, mientras se va cargando un video en Youtube, siguiendo vínculos. Lo que han perdido los nativos digitales es la capacidad de concentración, de introspección, de silencio. La capacidad de estar solos. Sólo en soledad, en silencio, nacen las preguntas, las ideas. Los nativos digitales no conocen la soledad ni la introspección. Tienen 302 seguidores en Twitter. Tienen 643 amigos en Facebook.

Dejo la cátedra porque no me pude comunicar con los nativos digitales. No entiendo sus nuevos intereses, no encontré la manera de mostrarles lo que considero esencial en este hermoso oficio de la edición. Quizá la lectura sea ahora salir al mar de Internet a pescar fragmentos, citas y vínculos. Y, en consecuencia, la escritura esté mudando a esas frases sueltas, grises, sin vida, siempre con errores. Por eso, los nuevos párrafos que se están escribiendo parecen zombis. Ya veremos qué pasa dentro de unos pocos años, cuando estos veinteañeros de ahora tengan 30 y estén trabajando en editoriales, en portales y revistas. Por ahora, para mí, ha llegado el momento de retirarme. Al tiempo que sigo con mis cosas, voy a pensar en este asunto, a mirarlo con detenimiento. Pongo el punto final a esta carta de renuncia con un nudo en la garganta.

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