
En su majadería, el pequeño déspota piensa que esta brutal persecución, que viola la propia Constitución nicaragüense, robustece su posición como (ilegítimo) mandatario del país, cuando en realidad ahonda en un descrédito que lo aísla cada día más de un pueblo maniatado y perseguido y humillado en sus más íntimos sentimientos religiosos.
Ortega es un ejemplo paradigmático de traición a las libertades que justificaron en su momento el alzamiento del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Hoy Nicaragua sufre una opresión aún más injustificable que la impuesta por Somoza.
Y, sin embargo, la violencia ejercida por el tirano no puede ser respondida con violencia. Rememoramos estos días las palabras dirigidas por Jesús a Pedro en el Huerto de los Olivos: “mete la espada en la vaina; el cáliz que me dio mi Padre, ¿no he de beberlo?”. Y las palabras de Cristo no admiten otra interpretación; el único camino viene marcado por la Cruz que diariamente invocamos los católicos: “¡Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor!».