
“Miles de personas han muerto a manos de grupos extremistas islámicos radicales, bien organizados, bien equipados y bien financiados, y más de 150 pueblos han sido saqueados. Hay más de 2 millones de desplazados internos y miles más han sido secuestrados para explotación sexual y para pedir un rescate”. Quien habla es el reverendo Henry Ndukuba, arzobispo y primado de la iglesia anglicana de Nigeria, uno de los países del mundo donde ser cristiano es una opción repleta de peligros.
“Es una violencia de la que somos testigos a diario. Vemos cómo nuestra gente es asesinada o secuestrada y nuestras comunidades diezmadas”, relata el arzobispo, al frente de una de las iglesias con más fieles en el país africano, con una población que supera los 225 millones. Una geografía prácticamente partida en dos, con el norte musulmán y el sur cristiano: los musulmanes representan el 53 por ciento de la sociedad mientras que los cristianos se hallan en torno al 46 por ciento. Ambas figuran entre las comunidades más numerosas del planeta.
Una pluralidad amenazada por el terrorismo yihadista. En los últimos años Nigeria se ha convertido en uno de los epicentros de las tentativas de restablecer el califato truncado en Siria e Irak. El país es hoy cuartel general de la provincia del IS (Estado Islámico, por sus siglas en inglés) para África Occidental (ISWA). Los extremistas han llegado incluso a controlar territorio en al menos una decena de los 36 estados que componen Nigeria. “Duele realmente cuando hay que ir a ayudar a recoger los cuerpos de mujeres o niños que han sido asesinados. ¿Qué hicieron para merecer ese destino?”, se pregunta Ndukuba, el pastor de una rama que profesan 25 millones de nigerianos.