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Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades

Alberto Valencia Gutiérrez. La encrucijada de Colombia

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Muchos ciudadanos no son conscientes de lo que está sucediendo en este momento en la vida del país y se dedican a tirar fuego desde diversas trincheras para sabotear lo que el gobierno está intentando hacer. El verdadero problema consiste en que, gústenos o no, de los resultados del gobierno de Petro depende la suerte del país en los próximos años.

Colombia se encuentra en este momento en la boca de un volcán social, cuya atención es prioritaria. El estallido social de 2021 no fue más que el preanuncio de lo que hubiera podido ocurrir si en las urnas no gana una opción por el cambio. Por lo general el mantenimiento del orden y las propuestas de cambio se consideran excluyentes. Pero la gran paradoja, que mucha gente no entiende, es que después del estallido las banderas de cambio se convirtieron en el principal baluarte de la continuidad del orden social.

Colombia es un país profundamente conservador que le tiene pánico al cambio. Las manifestaciones anti Petro de hace algunas semanas no se oponían a una u otra medida en particular, sino al conjunto indiferenciado de propuestas como un todo, al cambio puro y simple. El odio que suscita Petro es infinito: es el ‘coco’ que va a entronizar en Colombia el comunismo. Un columnista de El Tiempo lo comparaba recientemente con Trump. El rechazo no proviene propiamente de su pasado guerrillero o de su mala gestión en la alcaldía de Bogotá sino de haber denunciado en el Congreso la acción de los grupos armados ilegales (paramilitares y guerrilleros). En un país atravesado por una mentalidad mafiosa, explícita o implícita, para muchos esto es un pecado imperdonable.

Nadie desconoce los errores de la actual administración: la falta de comunicación con los ciudadanos, la incoherencia entre diferentes voceros gubernamentales, la disputa de funcionarios que proponen reformas sin coordinación previa, la intolerancia frente a los que disienten. La personalidad provocadora del Presidente lo lleva a lanzar ideas por doquier sin tener en cuenta de manera suficiente las realidades políticas o su viabilidad: la transición energética, el tren (antes era un puente) entre Chocó y Urabá, entre otras.

Sin embargo, al asumir la bandera del cambio, Petro está impulsando desde la Presidencia la labor que gobiernos liberales de los últimos años, aun teniendo la posibilidad, no quisieron (o no pudieron) llevar a cabo: transformaciones fundamentales en contravía de ciertos grupos extremadamente conservadores, indispensables para que este país garantice su continuidad sin desfondarse. Los sectores más privilegiados se sienten amenazados, pero no se dan cuenta de que el ‘efecto imprevisto’ de lo que está haciendo Petro es promover algunos cambios para que sus privilegios se mantengan.

Petro realmente no es un gobernante de izquierda radical. Es un socialdemócrata, un liberal reformista progresista como ya hubo varios en el Siglo XX (los Lleras, Belisario, Barco). Su gran referente histórico es Alfonso López Pumarejo (1934-1938), el gran oligarca que tuvo la osadía de enfrentar a los sectores más conservadores con reformas modernizadoras, que eran absolutamente indispensables en ese momento: la separación de la Iglesia y el Estado, la reforma agraria, la legislación laboral, etc. Su labor causó conmoción en el país y la violencia bipartidista fue en gran medida una reacción ultra conservadora al proceso de secularización propuesto por el presidente López.

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