
Benjamin Laker, consultor del gobierno británico y profesor de la Escuela de Negocios de Henley, se ha rebelado contra las reuniones, que matan la productividad: «Son malas para trabajador y empresa».
El investigador se dio cuenta de que la gente estaba quemada, estresada y era improductiva por tener que juntarse continuamente, así que se propuso encontrar la fórmula idónea.
Si eso ocurre en el mundo empresarial, la acartonada vida académica de muchas universidades ha convertido las reuniones excesivas e intempestivas en divertimentos absurdos e inútiles que roban tiempo a la investigación y la docencia: convocadas las reuniones con la torpe intención de persuadir a los infelices profesores de que los que mandan tienen la sartén por el mando, lo controlan todo y para todo tienen sabias respuestas, constituyen una de las más poderosas razones que contribuyen al hastío de los académicos amantes de su trabajo.
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Para algunos, el paraíso es un lugar donde el néctar divino fluye del cuerno de la abundancia, donde las criaturas retozan sin tener que preocuparse por su sustento diario y donde nunca se pone el sol. Para otros, el paraíso es terminar su jornada laboral sin ninguna reunión, habiéndose concentrado en su trabajo sin tener que atender ninguna videollamada ni haberse juntado con otras diez personas para un brainstorming. Ese parnaso terrenal existe: en TheSoulPublishing, una compañía editorial con base en Chipre, directamente han prohibido las reuniones. «Ha sido maravilloso para disparar la moral», explicaba su jefa de Recursos Humanos, Aleksandra Sulimko.
No están haciendo otra cosa que seguir las directivas del profesor Benjamin Laker, consultor del gobierno británico, profesor de la Escuela de Negocios de Henley y colaborador de medios como Forbes o The Washington Post. Este año ha publicado uno de los artículos más leídos de la Escuela de Management del MIT, que habla de la importancia de tener «días sin reuniones». La locura por juntarse ha tocado techo, asegura, y es necesario ponerle freno.