
El texto que aquí se reproduce forma parte del capítulo que, con el mismo título, publicó en su momento El Colegio de México en una obra colectiva: Speckman Guerra, Elisa, et al. Los miedos en la historia. El Colegio de México, 2009. Project MUSE muse.jhu.edu/book/74593. En él se afronta la delicada y compleja cuestión de las políticas lingüísticas en un país pluriétnico y multicultural.
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Por la naturaleza de este trabajo, resulta aventurado tratar de concluir acerca de un fenómeno tan versátil y complejo; primero, porque la interpretación siempre estará sesgada por los propios parámetros culturales, que impiden llegar a la esencia prístina del miedo de los otros, los indígenas; y segundo, porque, de hecho, es difícil verbalizar de manera objetiva todo lo que provoca el miedo; sin embargo, se pueden retomar los hilos más resistentes de la trama que hemos seguido. El miedo ha habitado al indígena y ha poblado su vida de ambigüedad.
El miedo del indígena construye una peculiar arquitectura de cimientos negativos: no ser, no participar, no hablar, vivirse invisible. El miedo que ha estado presente en la vida de los indígenas precipita grandes espacios de tensión y resistencia, callada, contenida, agresiva a la vez que sumisa. El miedo a la palabra de los indígenas mexicanos, no es reciente, se gestó en tiempos muy remotos, pero se ha ido transformando y ha tomado características y manifestaciones particulares en momentos significativos de la historia. Estos miedos comparten plenamente los rasgos distintivos de la diversidad indomexicana, tan positiva y promisoria, como negativa y desestabilizadora. En cada comunidad el problema se vive y transcurre de diversa manera, a veces, con manifestaciones diametralmente opuestas. Lo que para unos es estigma para otros es prestigio. Lo que para unos es desplazamiento para otros es motor de revitalización.
La apabullante diversidad lingüística del país ha sido un factor determinante que hizo que desde muy pronto se luchara por abatir el plurilingüismo e imponer el español con políticas lingüísticas por demás endebles y esencialmente discursivas. A pesar de permear todo el ambiente la actual política intercultural bilingüe, esperanzadora y en apariencia más sólida que las anteriores, no está consolidada y es aún aplicada en forma exclusiva para los indígenas de manera vertical. No hay tal interculturalidad para el mestizo.
Paradójicamente, ni con toda la fuerza del español, el indígena no ha sofocado del todo su lengua porque genera estrategias para mantenerla, una de ellas, acallando su voz, y solapándose en otra lengua. En este juego de fuerzas, el resultado no ha sido el óptimo, se da un bilingüismo mistificado, en la mayoría de los casos: ni se es competente en la lengua materna ni se es competente en español.
Hoy por hoy, la familia y la escuela son los escenarios idóneos para la reproducción del miedo y sus sinónimos de manera nítida y contundente; hay temor, vergüenza y negación; no obstante, siguiendo el patrón de las contradicciones generadas en un espacio de temor, son también los lugares clave para reivindicar la lengua indígena. Si bien, los actores de este drama, niños, padres y maestros se encuentran escindidos entre la ignorancia y el temor, están motivados por una avidez enorme por el conocimiento.
Por último, es preciso destacar que dentro de esta intrincada arquitectura de tensión y miedos, el indio no ha estado solo, ha ido siempre muy subrepticiamente acompañado por el mestizo, que en un extraño juego de espejos reproduce y soslaya el miedo, muy a su manera… negándolo.