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Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades

Manuel Ferrer Muñoz. ¿Explotación del hombre por el hombre? Empresa y empleo: el caso de la Axarquía malagueña

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En este breve análisis hemos querido poner el dedo en una llaga particularmente lacerante de nuestras sociedades contemporáneas: la pérdida de la visión por las empresas del servicio que están llamadas a prestar a la comunidad, y la torpe y deforme mirada con que contemplan a sus empleados como simples instrumentos de una mayor ‘rentabilidad’.

Olvidan estos codiciosos empresarios que su actividad comporta un servicio a la sociedad, y que sus trabajadores son personas de carne y hueso, con familias a su cargo, con hijos que reclaman tiempo y cariño; y olvidan también que la presencia en el mundo de esa ‘mano de obra humana’ se justifica más allá de su desempeño como coadyuvante en la generación de capital.

En sustento de esta argumentación recurrimos a la observación practicada durante cuatro años en un espacio geográfico muy concreto, como es la Axarquía malagueña, donde son perceptibles abusivas prácticas empresariales que denotan un alarmante desprecio de los trabajadores cuyo esfuerzo diario sostiene la prosperidad de empresas ávidas de beneficio y desalmadas, en el más estricto sentido de este término: privadas de alma.

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Hablamos mucho de estadísticas: tasas de empleo por sectores, edades y sexos de los trabajadores; temporalidad de los contratos laborales, estimaciones de evolución de los salarios… Pero nada se dice sobre la calidad del empleo (más allá de la modalidad de los contratos), ni sobre los empleadores, ni sobre las condiciones de trabajo (la inhumanidad de las condiciones de trabajo, habría que decir en muchos casos). Por eso voy a permitirme hablar por boca de los que callan, después de haber prestado oído a confidencias de amigos que, en la intimidad, me han dado a conocer ese otro mundo que no recogen las estadísticas.

Dios creó al hombre, ¡a su imagen y semejanza!, para que trabajara. Lo dice el libro del Génesis y, por tanto, debe de ser verdad. Pero me parece que el plan divino no contemplaba la monstruosa realidad en que hemos convertido esa actividad genuinamente humana. Ni siquiera las mejoras que a lo largo de más de un siglo han logrado los sindicatos resultan satisfactorias: entre otras razones porque hace ya mucho tiempo que el sindicalismo se convirtió, como la política, en una profesión que asegura acceso a una burocracia bastante ineficiente cuya única finalidad parece consistir en exprimir ubres ajenas en beneficio propio y de los amigotes, asegurarse favores y rizar el rizo.

El trabajo asalariado absorbe de ordinario la tercera parte del día de los afortunados que han sido bendecidos con una oferta de empleo respetuosa con la legislación vigente. Pero en muchos casos se labora mucho más tiempo, y en condiciones físicas muy exigentes. Operaciones como las que se llevan a cabo en los invernaderos, a temperaturas extremas y en posturas no precisamente compatibles con la ergonomía, conducen indefectiblemente a lesiones que convierten la vejez de esos trabajadores en una tortura física continuada. Tampoco las envasadoras de frutas y hortalizas, obligadas a permanecer en pie durante innumerables horas al día, gozan de un entorno laboral que respete su salud.

En el sector de los servicios tropezamos con situaciones escandalosas, que bien pueden calificarse de explotación laboral, como sería el caso palmario de la restauración (un ámbito en que los sindicatos guardan prudente silencio). En el mundo de los centros escolares se delinean otros escenarios a partir de la tendencia generalizada –supuestamente racional y eficiente- de recurrir a contratas con grandes compañías en las que los colegios delegan la responsabilidad de la gestión de los comedores o de la atención de actividades extraescolares.

Vayamos a los comedores escolares. Las trabajadoras acaban regalando diariamente una hora de su tiempo (con frecuencia, bastante más) a una empresa que, como sería el caso de Mediterránea, viene a pagar 3,75 euros la hora de trabajo. Por supuesto, se suceden inspecciones y controles frecuentes de los empleados de cuello blanco de la empresa, que buscan asegurarse del estricto cumplimiento de todos los aspectos formales, sin que les importe poco ni mucho que diariamente se arrojen a la basura cantidades asombrosas de comida, ni otras pequeñeces por el estilo. Si a unos devengos mensuales de 262,50 euros (dos horas diarias de trabajo) restamos 13,52 euros en concepto de ‘Aportación para contingencias comunes’, y 10,14 euros por otros varios conceptos, el incentivo económico para el trabajador de esa empresa resulta deleznable. Eso sí, los sindicatos callan.

Las actividades extraescolares, de cuya gestión han sido exonerados los colegios, constituyen otra bicoca para grandes compañías que, para prestar ese servicio, recurren a personal contratado en condiciones de extrema precariedad y con una retribución más que modesta (9 euros la hora, en el caso de Anthea), se supone que con el visto bueno y la bendición de los sindicatos. La preocupación exclusiva de esas empresas consiste en asegurarse un mínimo de estudiantes por área, sin que se practique un seguimiento mínimamente cercano del desempeño profesional de las personas contratadas, ni del material de trabajo que precisan para llevar a cabo su tarea. A fin de cuentas, muchos de los padres que inscriben a sus hijos en estas actividades buscan tan sólo asegurarse un rato de tranquilidad, antes de que el regreso a casa de los niños altere la comodidad y la paz de lo que antes se llamaba hogar. ¿Qué grado de satisfacción pueden experimentar los trabajadores captados por esas compañías, muchos de ellos muy capaces, si la única y obsesiva inquietud que manifiestan sus ‘contactos’ telefónicos con la empresa es el incremento del número de estudiantes inscritos para amarrar la rentabilidad del negocio?

Podríamos hablar de la miserable vida laboral de los empleados de la banca, amenazados continuamente de despido por la sistemática supresión de oficinas; del decepcionante trabajo de los policías municipales, ninguneados muchas veces por sus propios Ayuntamientos y menospreciados por la ciudadanía; de los trabajadores autónomos, siempre al borde del precipicio; de los cuidadores de personas mayores, tan incomprendidos y sometidos a tantos abusos laborales; de las infelices  telefonistas, obligadas a vender un género que ellas mismas consideran superfluo, y a soportar groseras salidas de tono de quienes se molestan por sus inoportunas llamadas…

Sí, ciertamente hemos convertido el trabajo en mero trámite engorroso y asfixiante que absorbe todas nuestras energías, nos roba el tiempo de ocio y vida en familia, y apenas nos permite llegar a fin de mes sin que los números rojos abulten demasiado. Se entiende el sufrimiento y la decepción de quienes aman su profesión y querrían disponer de espacios laborales que les permitieran desarrollar todas sus potencialidades: porque, además, saben muy bien que, si se dejaran llevar por el entusiasmo y el espíritu de servicio al cliente o a la comunidad, acabarían generando problemas en su entorno laboral, en la medida en que su talante emprendedor pone al desnudo la incompetencia, la ruindad o el borreguismo de otros bueyes uncidos al mismo yugo.

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2 pensamientos en “Manuel Ferrer Muñoz. ¿Explotación del hombre por el hombre? Empresa y empleo: el caso de la Axarquía malagueña

  1. Recibo este mensaje de voz a través de WhatsApp de un buen amigo español, profesor universitario, que lleva en el Ecuador más de cincuenta años: «Va uno de asombro en asombro. Se constata una vez más una sociedad insensible al dolor ajeno ¡Una pena que las cosas estén así!».

  2. Nos llega este otro comentario desde Tenerife (España): «suscribo tu critica a este sistema explotador e inhumano. Se despliega en todos los sectores laborales e incluso más allá de ese ámbito. Pretende abarcar a la totalidad de las relaciones sociales. Así que lo veo un análisis no sólo acertado sino necesario. Ojalá tomemos conciencia de la necesidad de cambiar todo esto, como comunidad humana».

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