
Este breve texto fue redactado hace cinco años, y refleja con precisión cuál era mi sentir acerca de la investigación en las universidades ecuatorianas, desde la experiencia de un frustrante día a día en la institución donde prestaba mis servicios.
Lo cierto es que el traslado a otra universidad, mejor cualificada, apenas implicó una ligerísima mejoría, por cuanto a las dificultades ya advertidas en julio de 2017 se sumaron otros graves inconvenientes derivados de los vergonzosos manejos de gestión que hube de padecer en ese otro centro universitario. También de esos abusos dejé constancia en el blog.
Hoy, 9 de octubre de 2022, se emitirá la segunda Tertulia en la Mitad del Mundo: Café de altura para cuatro, en la que tres distinguidos profesores universitarios nacidos en España, que conocen muy a fondo la realidad universitaria del Ecuador, analizarán –cada uno desde su particular punto de vista- el panorama de la educación y de la docencia en las universidades ecuatorianas. En este mismo blog podrá accederse en las próximas horas a ese interesante ejercicio de crítica respetuosa y de reflexión en profundidad.
Lean, entretanto, las andanadas –apasionadas, ciertamente, aunque envueltas en un ropaje irónico y bromista- que dirigí un 13 de julio de 2017 a la investigación en el Ecuador universitario, tal y como la percibía en aquel momento.
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Si usted, Rector de Universidad –pública o privada-, desea asegurarse -como tantos colegas- de que la Universidad que le ha sido confiada paralice su quehacer investigador, aquí tiene la receta.
Cargue el horario de dedicación a la docencia a los profesores, hasta que revienten: un promedio de veinte horas semanales puede ser suficiente. Además le sugiero que encomiende la dirección del área de investigación a la persona más incompetente y pagada de sí misma que encuentre en su entorno: a ser posible, de pensamiento único y totalitario y con poca o ninguna cultura general.
De esa manera, el resultado está garantizado. Adiós a la investigación, adiós a la ridícula pretensión de editar petulantes revistas científicas. No hay nada más que hacer, es así de sencillo. Ya pueden organizarse talleres, seminarios, cursos…, que no hay peligro: nada de eso resiste a la eficacia descomunal de una carga docente desmesurada y de un incompetente y autoritario director de investigación.
Lo veo a diario con mis propios ojos y a diario lo toco con mis manos en la Universidad donde presto actualmente mis servicios, donde se desconocen en la práctica las exigencias que comportan las tareas investigadoras y donde se ha confiado la dirección de ese área a una persona que satisface con generosidad los requisitos arriba enumerados.