
Cada nación hispanoamericana cuenta con un mito fundacional basado en una o varias personalidades que blandieron su espada contra España, con mayor o menor fortuna: los Libertadores.
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Toca hablar de espadas de «libertadores». Surgen por doquier artículos y se realizan comentarios para todos los gustos y, sobre todo, para todas las opiniones. Como serpiente de verano la espada de Bolívar se ha infiltrado en la prensa con insistencia determinante. Aunque las espadas, por sí solas, dan para lo que dan, constituyen un poderoso símbolo, cuando se asocian a la personalidad de quienes las empuñaron. En el caso de los «Libertadores», este significativo símbolo se asocia con mitos más que con personas reales, con mixtificaciones, más que con realidades.
Cada nación hispanoamericana cuenta con un mito fundacional basado en una o varias personalidades que blandieron su espada contra España, con mayor o menor fortuna: los Libertadores. En el caso de México el más significado, e idolatrado en la nación hermana, fue Miguel Hidalgo, sacerdote católico.
Conspirador conspicuo, protagonizó y dirigió la primera sublevación contra el poder virreinal de Nueva España en 1810. Con el pretexto de defender la religión católica y la autoridad de Fernando VII, amenazadas por los «infames españoles», partidarios de entregar México a los franceses y eliminar el catolicismo del pueblo mejicano. El movimiento pronto se transformó en un proceso anárquico y sanguinario, presidido por matanzas y saqueos contra personas inermes que Hidalgo nunca se esforzó en detener o siquiera limitar.
La rebelión pilló por sorpresa a las autoridades virreinales, que, como era habitual andaban escasas de medios y se extendió con rapidez, con la complicidad de jefes militares integrados en la conspiración, entre ellos el capitán Allende, de familia española que fue el primer jefe militar de los rebeldes.
Un poderoso ejército de más de 40.000 efectivos avanzó hacia la ciudad de Guanajuato, cuya reducida guarnición se acantonó en el gran edificio de la alhóndiga de Granaditas dando refugio a las familias de españoles y criollos realistas. En total unas 4.000 personas que fueron masacradas sin compasión una vez superada la brava resistencia de los defensores. La matanza indiscriminada, los saqueos y violaciones se extendieron al resto de la ciudad, sin consideraciones de sexo o edad. Este comportamiento de las fuerzas rebeldes, alentado por Hidalgo, se hizo habitual en sus sucesivas conquistas extendiendo el terror y la violencia por todo el norte de Nueva España.