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Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades

Pablo Rosero Rivadeneira. Se buscan patriotas

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En días de convulsión social, mirando con dolor el extremismo y la violencia, me dediqué a transcribir el proceso que las autoridades españolas siguieron contra Francisco Calderón, uno de los héroes del Estado Libre de Quito de 1812 y padre del ‘Héroe Niño’ de Pichincha, Abdón Calderón.

Un malintencionado revisionismo histórico ha querido restar mérito al proceso que inició en Quito en 1809 y culminó con la Batalla del Pichincha del 24 de mayo de 1822. El 10 de agosto ha sido reducido a una revuelta de unos cuantos potentados afectados en sus intereses olvidando la lapidaria sentencia de los barrios de Quito reunidos en el Convite de San Roque, pocos días después del 10 de agosto:

«No hay rey, no hay legítimo dueño. Nosotros hemos quedado libres naturalmente«.

Un velo de silencio cómplice se ha echado sobre los años que transcurrieron entre 1810 y 1822, como si nada hubiera pasado, como si las vicisitudes del Estado Libre de Quito pudieran ser despachadas en dos líneas de un aburrido texto de historia.

Olvida ese silencio cómplice el primer esfuerzo por el autogobierno desconociendo el poder divino de los reyes e intentando avanzar de a poco hacia la supremacía del pueblo. Pareciera que, a lo largo de doscientos años, al poder le fue -y le es- más conveniente hacer una caricatura de los héroes para difuminar su aporte a la memoria común.

¿Qué ha quedado en Quito de Francisco Calderón, fusilado en Ibarra luego de la retirada quiteña de noviembre de 1812? Apenas el nombre de una plaza y una calle cuyo origen desconocen los ciudadanos que transitan por ellas todos los días. ¿Qué ha quedado de todos los que con él lucharon por un proyecto diferente de sociedad? Nada. Más bien se ha ultrajado su memoria colocando el nombre de sus perseguidores -Montes y Sámano- a dos calles quiteñas.

Más triste ha sido la suerte de Abdón Calderón, convertido en caricatura por un romántico trasnochado y sus Leyendas del Tiempo Heroico. Reducido al hazmerreír de un cómico al que no le falta algo de razón por ese endiosamiento de las figuras históricas transmitido por un sistema educativo colapsado que no enseña ni a pensar ni a sentir.

Sin embargo, Francisco y Abdón dieron todo lo que podían dar por la causa de una sociedad mejor. En estos días de oscuridad me he preguntado quién de nosotros estaría dispuesto a perder bienes, fortuna, buen nombre, por un ideal superior. ¿Quién podría deponer posiciones e intereses personales para restituir la justicia y el sentido común?

Mucho se criticó en los días del Bicentenario la figura de los héroes. Quizá con razón, al mirar con vergüenza que los ideales que inspiraron la independencia nunca terminaron de hacerse realidad.

Pero es innegable que en doscientos años algo se ha avanzado y que si hemos caminado ha sido posible gracias al sacrificio no sólo de los grandes próceres sino de la gente de a pie que echa a andar la rueda de la historia todos los días.

¡Y qué falta hacen en estos días nuevos héroes dispuestos a mirar por el país, más allá de los minúsculos y cobardes intereses de los egoístas que incluso se avergüenzan de proclamarse patriotas!

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