
Recogemos hoy las palabras pronunciadas en la presentación del libro por Daniel Ceratto, actual párroco de Santa Ana (Benamocarra) y persona comprometida con la profundización en las señas de identidad de nuestro pueblo. En el acto de presentación del libro, hace apenas unos cuantos días, pueden encontrarse estas mismas palabras, tal y como fueron pronunciadas en aquel emotivo evento (Acceso al libro en formato digital).
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Sinceramente es un honor para mí tomar parte en la presentación del libro Benamocarra y sus gentes. Aunque no soy benamocarreño, sí ya soy un vecino más “de los vuestros”, consciente de estar aquí con una misión preciosa: la de ayudar y ser ayudado para que juntos caminemos por esta vida, mirando al futuro sin olvidar y saber nutrirnos del pasado.
Justamente Benamocarra y sus gentes me ha parecido una aportación de gran actualidad y, hasta diría, un antídoto a muchos obstáculos, muchos males que acechan a las nuevas generaciones. En sus páginas, hay una historia viva… y una filosofía de la vida. Es un libro que “da para pensar”.
Cuando he ido leyendo el libro, se me han figurado varias miradas de lector: pero quizá la más cercana es verme un niño, un nieto, un bisnieto; me vienen a la mente mi abuelito y mi abuelita, con su cariñosa sabiduría nacida de la experiencia y de ese saber popular, ese saber de pueblo que es el secreto tesoro del “aprender a vivir”… ¡Qué bonito sería usar estos textos para inculcar en los niños y jóvenes este encuentro! ¡Unir las generaciones!
Pues ese secreto tesoro, más difícil de encontrar en las grandes urbes, rebosa y contagia humanidad, tal y como somos, es decir, con realismo: con nuestras luchas, aciertos y errores, fortalezas y debilidades, bondades y maldades. Aunque no lo parezca, y por eso lo considero un libro de gran actualidad y de necesaria lectura, aquellos tiempos tienen mucho que enseñar a los nuestros, desde lo más básico y de sentido común: al pan se le decía pan y al vino, vino. ¡Ya me entendéis!
Felicito a los autores. Os habéis planteado un reto difícil al intentar plasmar una memoria colectiva, los primeros trazos de una historia local que nos seguiréis contando: vivencias e ideas que han marcado las bases de una identidad. Y a lo largo de las páginas me he alegrado de ver el éxito, pues habéis conseguido contar los hechos sin recortes. Y eso es un potente factor de unidad. Habéis conseguido lo que desgraciadamente hoy pocos libros de historia en España logran evitar: no cancelar lo malo y valorar lo bueno, más allá de toda distinción.
Todos los relatos contenidos en el libro tienen como base una gran virtud. Cada relato nos enseña que tanto nuestra historia personal como la social son la historia de personas y no de ángeles, y que asumir nuestros errores y vergüenzas es ese preciado valor que se llama humildad. La olvidada virtud de la humildad es la base de toda convivencia: humildad del presente frente al pasado, humildad para reconocer que estamos aquí, gracias a los que nos precedieron, porque tenemos esto o aquello, gracias a mucho sudor, muchas lágrimas e, incluso, sangre.
Ante una mentalidad reinante que a veces instrumentaliza la enseñanza intentando convencer al alumnado de que “lo pasado, lo viejo es malo, lo nuevo es bueno”, “Benamocarra y sus gentes es una demostración de que “los viejos tienen mucho de que presumir”. Y yo estoy convencido de ello; pero, a la vez, el libro me ha hecho consciente del gran desafío que tenemos los adultos, y especialmente los educadores -en primer lugar, los padres- de levantar para nuestros jóvenes puentes de conocimiento, consciencia y reivindicación de lo que sembraron nuestros mayores. Por ello, un gracias enorme al coordinador, Manuel Ferrer Muñoz, a la Editorial Centro de Estudios Sociales de América Latina y al Ayuntamiento de Benamocarra, por poner a nuestra disposición esta valiosa herramienta. Espero y deseo con todo el corazón que estos preciadísimos relatos lleguen, en primer lugar, a cada benamocarreño, y que se transformen en un espíritu que respiren las nuevas generaciones. Sólo asumiendo nuestro pasado, tal y como fue, sólo reconociendo nuestras raíces, podremos juzgar el presente y conocernos con transparencia. Sin la savia de la historia nos convertimos en sarmientos secos incapaces de tejer un futuro esperanzador.