
El próximo viernes, 1 de julio, a las 3,30 de la tarde, hora ecuatoriana (10,30 de la noche, hora peninsular española), se presentará Benamocarra y sus gentes, un libro que he tenido el gusto de coordinar, en que se lleva a cabo una zambullida en la reciente historia de esta población de la Axarquía malagueña (España). Como se indica en la Introducción, que recogemos, se ha apostado por la historia oral, definida por Ronald Fraser como “historia desde abajo”, y por eso tan adecuada para adentrarse en el relato histórico de la gente sencilla, excluida siempre de las historias de salón.
Las personas interesadas en acceder al acto de presentación, que se llevará a cabo por medios virtuales, deberán disponer de la plataforma Zoom. Para acceder al evento de la presentación, hay que pinchar en el siguiente enlace: https://cedia.zoom.us/j/88517568769#success
Durante el desarrollo de ese acto, se colgará el libro en Internet, que será accesible sin costo alguno a través del enlace que se facilitará en ese momento.
A continuación se reproduce la Introducción del libro.
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Desde hace casi cuatro años resido en Benamocarra, un pequeño y entrañable pueblo de la Axarquía de Málaga. Esta prolongada estancia, que deseo convertir en definitiva cuando se resuelvan asuntos que reclamarán mi presencia en latitudes lejanas durante un tiempo que quisiera abreviar, me ha ayudado a comprender aspectos notables de la mentalidad de muchos de mis vecinos, gente sencilla y noble por lo general, la mayoría ligados a trabajos agrícolas gracias a la bonanza del cultivo de algunas frutas tropicales.
Lejos de los enredos y de las complicaciones de las ciudades grandes, la vida en pueblos pequeños gira de ordinario en torno a relaciones no metamorfoseadas por la hipocresía o por las exigencias sociales, y no resulta difícil para un analista mínimamente avezado adentrarse en las grandezas y las miserias de personas que, en lo cotidiano, no necesitan ampararse demasiado en las apariencias: mucho más llamativos los rasgos positivos, sobre todo en la vertiente solidaria y en las cercanías afectivas, y más soterrados y disimulados los celos y resentimientos, por razones de sobrevivencia en un entorno pequeño, donde las estridencias sólo conducen al aislamiento social.
Aquí saltan a la vista la alegría de la gente, el cariño hacia los niños de corta edad, la sencillez y el candor de las ancianas, la espontaneidad y la sencillez con que compartimos lo que cada uno tiene, sea poco o mucho: al menos así ha sido siempre, hasta donde llega la memoria de los mayores, si bien han empezado a percibirse señales alarmantes e inequívocas que anuncian el fin de un ciclo y la llegada de nuevos tiempos menos solidarios y cooperativos. En estos pueblos chicos también se advierten con mayor nitidez —a veces, con estridencias— las hostilidades personales o familiares, muchas veces heredadas, y azuzadas en la mayoría de los casos por conflictos limítrofes o repartos de propiedades agrícolas, disputas por el agua de riego, o el virus de la política: discrepancias que, por lo general, cuando afloran a la superficie y se explicitan, se resuelven mediante el recurso a expresiones verbales o gestuales contundentes, intercambios de puñetazos o, en casos extremos, ante la administración de justicia. Muy ocasionalmente asistimos a estallidos de pasión ciega que pueden cobrarse vidas humanas.
Conforme se ahonda y se cala en el entramado social de la población, resulta perceptible un fondo de violencia soterrada, de raíces antiguas, que condiciona muchos modos de sentir y de expresarse; que marca también aspectos importantes de la convivencia en las familias y en los centros escolares, y que aflora también en los actos vandálicos protagonizados por adolescentes desarraigados. Ciertamente, nada nuevo bajo el sol: desde que el mundo es mundo conviven grandezas y miserias, amores y odios, esperanzas y miedos, aunque nada de esto nos exima de la búsqueda de sus porqués y del empeño por entregar a las siguientes generaciones un mundo mejor del que heredamos, por mucho que el pesimismo quiera acallar en ocasiones estos anhelos. Indagar en ese sustrato constituye un reto y una responsabilidad para el investigador social que, por fuerza, ha de echar mano de la historia en busca de posibles explicaciones.
Las páginas que integran este libro responden a observaciones practicadas en el curso de casi cuatro años, y se enriquecen con testimonios y puntos de vista procedentes de una pluralidad de autores, que proporcionan un avance provisional de un proyecto muy ambicioso cuya plena realización requerirá aún de muchos años y deberá comprometer la implicación de otras muchas firmas y protagonistas. Se ha privilegiado la incorporación de entrevistas con mujeres del pueblo, de modo que la recogida de noticias del ayer benamocarreño tradujera la sensibilidad femenina, tan orillada por lo general en los trabajos de reconstrucción del pasado.
Porque hemos querido captar y transmitir incontaminada la frescura del sentir genuino que late en las memorias de nuestras gentes, se ha prescindido como regla general del recurso a documentación de archivo o a fuentes escritas secundarias. Nos ha movido siempre la apuesta metodológica por la historia oral, definida por Ronald Fraser como “historia desde abajo”, y por eso tan adecuada para adentrarse en el relato histórico de la gente sencilla, excluida siempre de las historias de salón.
Desde el sincero convencimiento de que esta publicación sobre Benamocarra representa sólo un primer pasito para que muchos de mis vecinos dejen atrás la barrera y salten al ruedo, y coadyuven así a plasmar la memoria colectiva de nuestro querido pueblo, es justo agradecer la cordial y gentil disposición de todos aquellos a quienes nos hemos acercado en busca de noticias o, simplemente, para conversar con calma sobre el tiempo que se fue, los amores, las penas, las heridas, las risas, las fiestas, los padres y los abuelos, las esposas y los esposos, los amigos.
No hemos perseguido una ‘memoria histórica’ exclusivista, parcializada, ni instrumentalizada al servicio de visiones simplonas. Rehuimos, con convencimiento pleno, los intentos de cosificar ‘una’ memoria histórica sacralizada, instrumentalizada para justificar la hegemonía o la condición superior de un grupo. Porque la sociedad es plural, plural ha de ser la plasmación de la imagen que, a partir de testimonios del pasado, construye el historiador; y plural también la perspectiva de análisis, nunca monocolor ni apegada a estereotipos predeterminados. Ojalá hayamos logrado mantenernos fieles a estos propósitos que guiaron las observaciones practicadas desde fines de 2018.
Manuel Ferrer Muñoz