
Algunos lectores del blog han expresado su sorpresa y admiración por la heterogeneidad de temas tratados en los libros en que Naranjo Toro, designado hace dos años miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia del Ecuador, comparte autoría con otros. Es importante que los más ingenuos de esos lectores estén advertidos y no piensen que se las ven con un hombre de amplio saber, una especie de genio del Renacimiento redivivo, pues la realidad es menos romántica: simplemente se trata de estudios realizados por otros autores que, por razones oportunistas, invitaron a Naranjo a que sumara su firma a la portada de sus libros como coautor, cuando no fue el propio Naranjo quien sedujo a los verdaderos autores con ofrecimientos de dudosa ética profesional, si accedían a incorporar su nombre como uno de los autores.
La foto que preside este texto reproduce una síntesis curricular de la peregrina trayectoria académica de Naranjo Toro, incluida en un libro publicado en 2019 con el título Vivienda vernácula de Chalguayacu, que recoge su tesis de doctorado. Curiosamente, el texto aparece suscrito también por su directora de tesis, Diana María Cruz Hernández, de la Universidad de Oriente, Cuba: y no deja de resultar inusitado que la directora de una tesis doctoral figure como coautora del libro en que se plasmó una tesis doctoral realizada bajo su dirección.
Basta una lectura rápida de los cinco párrafos de esa síntesis curricular de Naranjo Toro para captar el pintoresco recorrido pseudo académico de un licenciado en ‘Filosofía y ciencias socioeconómicas’, que parece manejarse con idéntica soltura tanto en investigación educativa y didáctica de la educación -de la que es ‘Posdoctor’ (novedosa titulación académica)- como en ‘ciencias sobre arte’.
El ejercicio por Naranjo Toro de la vicepresidencia de la Asociación de Facultades Ecuatorianas de Filosofía y Ciencias de la Educación, que no se caracteriza precisamente por su dinamismo, no parece que le haya supuesto excesivos desvelos, por lo que su inclusión en el resumen curricular no añade muchos merecimientos a su carrera académica.
La alusión en ese curriculum al supuesto liderazgo académico y político de Naranjo Toro no puede estar más fuera de lugar; como también resultan conmovedores, aunque ajenos a una trayectoria académica convencional, sus desvelos por lo deportivo y el desarrollo social, y sus acciones filantrópicas en favor de los grupos vulnerables.
Como síntesis provisional de la síntesis habría que concluir que en el curriculum de Naranjo Toro sólo hay humo e inconsistencias; y que, por supuesto, no hay ningún argumento que sustente su condición de miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia del Ecuador.
La reseña del libro donde se inserta este resumen curricular de Naranjo Toro revelaría nuevas miserias que no viene al caso exhibir. Bastará de momento repasar la bibliografía de Vivienda vernácula de Chalguayacu para verificar que Naranjo cita como libros de su personal y exclusiva autoría algunos que han escrito investigadores que le invitaron a incorporar su firma como coautor, y que incluye títulos de su supuesta autoría que no aparecen en ningún elenco bibliográfico, como sería el caso de Los afroecuatorianos de los pueblos del Chota, Salinas y La Concepción siglos XVI y XVII (Ibarra, 2016), retirado de la página web de la Universidad Técnica del Norte -UTN- (https://www.utn.edu.ec/wp-content/uploads/2021/07/Dr.-Miguel-Naranjo.pdf), sin ninguna explicación.
Conclusión: si el actual rector de la UTN estaba al corriente de esas mañas de quien es vicerrector académico de la institución, es cómplice de una mentira formidable; y, si desconocía esas circunstancias -lo que resulta poco verosímil-, debería ponerlas en conocimiento de la Academia, instando la retirada de su designación como miembro correspondiente. Por supuesto, tendría que apartar a Naranjo del Vicerrectorado Académico de la Universidad, que, con esa carga delictiva a sus espaldas, desprestigia y envilece.
15 diciembre, 2021 en 2:29 pm
Siempre me había llamado la atención que profesionales de este país usen el extranjerismo «PhD», a veces incluso pronunciado «piechdí» o «peache» como el potencial hidrógeno, para referirse a sus doctorados, incluso al escribirlos en sílabos y documentos oficiales ponen las siglas mencionadas precediendo sus nombres propios, usanza ajena al idioma castellano. Otros, más audaces, aún cuando no concluyen sus estudios, ya se atribuyen el dudoso título de «PhD (c)», aludiendo a su, también dudosa, condición de «candidato a doctor»; huelga aclarar que los candidatos a doctores son aquellos estudiantes que han cumplido todos los requisitos previos a la disertación de su tesis y que están prestos a defenderla. Esta última «titulación» autoimpuesta ya me parecía ridícula, pero por lejos este título de «Posdoctor» se lleva el premio. Esto me recuerda cuando un profesor universitario con piechdí obtenido en La Habana (¿cómo es que que puede obtener el grado «PhD» en universidades del mundo hispanohablante) que había obtenido la posiblidad hacer investigación de posdoctorado en México se entristeció cuando se dio cuenta, y cito, que el «posdoctorado no ha sido un título». Me reí de lo absurdo que sería que alguien se quiera hacer llamar «posdoctor», pero vemos que este absurdo se ha materializado. Felicitaciones por sus artículos.
15 diciembre, 2021 en 2:38 pm
Geniales observaciones, amigo. Gracias.