
Este artículo de Luis María Ansón rinde homenaje a un grandísimo escritor, nunca apreciado en su justa medida por su independencia de criterio y porque nunca buscó el pesebre de los poderosos.
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Lamentable, lamentable que un escritor de la dimensión literaria de José Manuel Caballero Bonald no fuera académico […]. Caballero Bonald hizo siempre una poesía de vanguardia, independiente, sin sumisiones ni a la dictadura de la crítica ni a la asfixia de los grupos poéticos. En sus versos se escucha la música callada y tiembla la rima interior sobre el fulgor de los endecasílabos y la doble adjetivación antes y después del sustantivo. Lo más importante, sin embargo, es lo que se dice en el poema, el aliento lírico ante la vida y ante la muerte, la intensidad del sentimiento y del pensamiento.
En Somos el tiempo que nos queda enciende el poeta la ceniza de sus labios, ciega la cal y los cuchillos, se fractura en la voz y el holocausto, para mirar después la luz, los péndulos furtivos del otoño, y regresar al cosmos engendrador junto a la mujer que tiene los pechos rendidos de esperarle, olvidado el tamaño caliente de su boca y su cuerpo yacente del que cuelgan las hebras de la intemperie, las trizas del telar del amor. Se refugiaba el autor en las turbias aguas de su memoria para escribir la historia vulnerable de los días antiguos, los momentos que fluyen evocados, los que sangran todavía, los versos sin cicatrizar.
Recordaba Caballero Bonald, tristemente desaparecido a los 94, las memorables tardes, la abdicación del mar en las arenas, el feroz exterminio de los días, la madera podrida de los años, mientras caminaba, ciego, el cuerpo idolatrado. No somos el tiempo que hemos vivido. Somos el tiempo que nos queda, según la misma idea del último José Hierro: qué más da que la nada fuera nada si más nada será después de todo, después de tanto todo para nada. Soporta el poeta el reducto voraz de las injurias, la impaciente codicia del pecho presentido y las aguas tutelares que fluyen del manantial. Tú y yo somos como dos seres primitivos, Adán y Eva, que están en el principio de los tiempos y no tienen nada que ocultarse.
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