
Recomendamos con calor la lectura de este artículo de Henrique Mariño que, con el título de “Fumetas, morfinómanos, borrachos y cocainómanos en el frente nacional y republicano”, se ha publicado recientemente en Público.
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Los borrachos eran señalados con el dedo en la retaguardia republicana, despreciados por entregarse a los efluvios de Baco mientras los milicianos arriesgaban su vida en el frente. Tampoco gozaban de prestigio los falangistas que se ajustaban el correaje para pegar unos tiros y luego regresar a los bares de sus localidades a ponerse ciegos. La propaganda de ambos bandos durante la guerra civil censuró el consumo desmesurado de alcohol, si bien los defensores del Gobierno legítimo atacaron con mucha más dureza esa práctica, sobre todo si tenían edad militar y habían evitado el fragor de la guerra.
El Luchador se burlaba de los «héroes del bar» que combatían en «el frente del… mostrador», mientras que el Comisario General de Guerra advertía en 1937 que si los soldados estaban ebrios era imposible que cumpliesen con su deber: «Difícilmente podrá un combatiente meter un tiro en la cabeza del enemigo que avanza si por cada enemigo ve dos o tres y no sabe cuál de ellos es el verdadero». Empinar el codo implicaba el riesgo de que se fuesen de la lengua, por lo que tanto las autoridades civiles como las militares consideraban el alcoholismo como «el mejor aliado de la quinta columna», en referencia a los «enemigos emboscados» en la zona republicana.
Los borrachos eran señalados con el dedo en la retaguardia republicana, despreciados por entregarse a los efluvios de Baco mientras los milicianos arriesgaban su vida en el frente. Tampoco gozaban de prestigio los falangistas que se ajustaban el correaje para pegar unos tiros y luego regresar a los bares de sus localidades a ponerse ciegos. La propaganda de ambos bandos durante la guerra civil censuró el consumo desmesurado de alcohol, si bien los defensores del Gobierno legítimo atacaron con mucha más dureza esa práctica, sobre todo si tenían edad militar y habían evitado el fragor de la guerra.
El Luchador se burlaba de los «héroes del bar» que combatían en «el frente del… mostrador», mientras que el Comisario General de Guerra advertía en 1937 que si los soldados estaban ebrios era imposible que cumpliesen con su deber: «Difícilmente podrá un combatiente meter un tiro en la cabeza del enemigo que avanza si por cada enemigo ve dos o tres y no sabe cuál de ellos es el verdadero». Empinar el codo implicaba el riesgo de que se fuesen de la lengua, por lo que tanto las autoridades civiles como las militares consideraban el alcoholismo como «el mejor aliado de la quinta columna», en referencia a los «enemigos emboscados» en la zona republicana.
José Millán-Astray y Francisco Franco, declarado abstemio, llegaron a prohibir el alcohol en la Legión porque lo consideraban un «veneno» que alentaba la indisciplina y las deserciones, pero tuvieron que recular por las protestas, de modo que los legionarios podían beber a placer siempre que permanecieran firmes y bravos. Tenían, pues, que «aguantar como un hombre», una máxima que fue «la raíz de la masculinidad combatiente chulesca y castiza», en palabras de Jorge Marco, autor de Paraísos en el infierno. Drogas y guerra civil española (Comares), donde subraya que, frente a ese «signo de virilidad combatiente», fueron los católicos los que criticaron sin ambages los lingotazos.