
La ciudad está empapelada de banderas rojas y rojinegras: «Habían pintado la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios en todas las paredes; habían saqueado las iglesias», escribe George Orwell en las primeras páginas de Homenaje a Cataluña. Así encontró Barcelona cuando llegó a finales de diciembre de 1936: requisada. Los obreros estaban al mando. Y el trato entre la gente era distinto. «Los camareros y los dependientes de los comercios te trataban de igual a igual». Ese ambiente de camaradería le gustó porque: «Había escasez de todo, pero no privilegios», observó.
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Lo enviaron al frente de Aragón, tranquilo en aquellos días. Cuando volvió a Barcelona de permiso, encontró otra ciudad: la diferencia de clases había regresado. Barcelona seguía «desportillada por la guerra. Pero sin ningún indicio de predominio obrero […]. Los oficiales del nuevo Ejército Popular […] aparecían en enjambres. Todos tenían pistolas automáticas; nosotros, en el frente, no podíamos conseguirlas ni por todo el oro del mundo», escribe.
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Los Orwell logran subir a un tren para huir a Francia. Tienen la enorme fortuna de que, cuando los guardias revisan el convoy, ellos están en el vagón restaurante y «dieron por sentado que éramos gente respetable», escribe Orwell.