
Juan Manuel Cepeda aporta en este artículo interesantes evidencias que refrendan la imperiosa necesidad de que la ‘memoria histórica’ deje de ser selectiva.
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Castillo de Montjuic, Barcelona. Son más de las 8:30 de la noche del 29 de marzo de 1938. Carmen, junto con otros cinco falangistas, se encuentran ante un pelotón de fusilamiento, se oyen los disparos, todos caen “Cara al Sol”.
En un segundo pasan como un relámpago por la mente de Carmen los últimos acontecimientos.
Recuerda cómo en marzo de 1936 había conocido a las hermanas Chabas, las fundadoras de la Falange femenina en Valencia, y cómo había empezado a militar clandestinamente en Falange.
Su familia no lo sabía, no se lo habrían permitido, su padre era Guardia de Seguridad y su hermanastro un conocido dirigente anarquista valenciano.
Su empleo como telefonista en la Delegación de Trabajo le permitía contactar con los camaradas y comunicar las órdenes de Enrique Esteve, el Jefe provincial de la Falange valenciana.
El levantamiento armado contra el Frente Popular ha fracasado en Valencia, la mayoría de sus camaradas están presos, ella cesa su actividad política hasta que en octubre se entera de que han sido encontradas asesinadas, con un tiro en la nuca, sus camaradas las hermanas Chabas.