
Una usuaria de redes sociales se planteaba en voz alta esta pregunta retórica, evidentemente con la respuesta pagada: ¡no!, sólo los nacionales pueden hablar, escribir y opinar sobre la historia nacional del Ecuador. Otra pretensión no sería más que una injerencia en la soberanía nacional y una manifestación más del imperialismo neoliberal que, con su disfraz de oveja, oculta al lobo que trata de arrebatarnos nuestra identidad y nuestras raíces.
Éstas y otras sandeces están al cabo de la calle, y proliferan también -no nos engañemos- entre los pocos historiadores ecuatorianos que encontramos en algunas de las pocas cátedras de historia de algunas muy pocas universidades ecuatorianas. Y los pobres y sufridos historiadores no ecuatorianos hemos de resignarnos a que se nos cuestione cualquier intento de aproximarnos a un pasado situado más allá de las líneas que marcan nuestra frontera nacional: de modo que, si uno nació en España y escribe sobre historia de Francia, estaría invadiendo terreno ajeno, sería un okupa, según esas mentes estrechas y desequilibradas. Y esto ocurre en pleno proceso de globalización, comenzada ya la tercera década del siglo XXI.
Por mucho disgusto que cause a los fanáticos nacionalistas que quieren imponer un proteccionismo sobre el cultivo de la historia de los pueblos, hemos de decir que se equivocan; que hay una maravillosa y extensa tradición de hispanistas nacidos en muy diversas partes del mundo; que en países alejados aparentemente del panorama cultural español, como Serbia, florecen espléndidas asociaciones y estudios de hispanistas; que muchos de los mejores libros que se han escrito sobre la historia moderna y contemporánea de España tienen como autores a británicos, alemanes y franceses.
A esos pobres descerebrados invitaría a que se den un paseo por el Portal del Hispanismo del Instituto Cervantes; y que sigan algún tutorial, de los muchos que se han puesto de moda, que les enseñe a mirar un poquito más allá de su ombligo.
El día en que florezca una generación de ecuatorianistas, habremos empezado a escribir una historia nacional ecuatoriana que mejore la actual producción historiográfica, que tanto deja que desear, pese a quien pese, escueza a quien escueza, incluido algún que otro santón venerado como oráculo de Delfos sin más mérito que su condición de tuertos en el país de los ciegos.
8 febrero, 2021 en 12:01 am
Pienso que la historia de un país no le pertenece a los historiadores de ese país. Puedo decir, con experiencia , que la historia es un campo apasionante, complejo y exquisitamente polémico.
Como ya te habrás dado cuenta, no compartir ideología no ha cambiado mi amistad, admiración y orgullo hacia ti.
Es lamentable que la estrechez mental de algunos coarte el avance de la ciencia
8 febrero, 2021 en 7:27 pm
ANTÍTESIS: el barullo incontenible que trafica por las redes sociales puede ser altamente peligroso. Las euforias de los nacionalismos recalcitrantes parecen fortalecerse gracias a la inmensa muchedumbre que asume como cierto el torrente de desinformación. El análisis de un historiador nunca debería ponerse en entredicho, sus fuentes están soportadas a partir de los hechos, en esas fuentes que aluden a la verdad por encima de las efervescencias patrióticas. Pero la ignorancia es muy nociva y justo se va incubando en terrenos fértiles como las redes que pululan por todos los flancos de la insensatez.
Basta con recordar aquel título del texto de Popper, «El conocimiento de la ignorancia», para entender los riesgos a los que se puede someter una sociedad justo por ese desconocimiento. Concuerdo con el señor Ferrer, y adiciono: la verdadera cepa del investigador, del científico social, radica también en el trabajo de descubrir la verdad de la que tanto pregonó Sócrates.
La inmediatez del lenguaje puede caer en un vulgar eslogan y el poder como hiena busca la manera de mostrar sus dientes.
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