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Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades

La ‘mínima biografía’ de María Zambrano

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Moreno Sanz, autor del texto, no solo conoció a la escritora en la última etapa de su vida, sino que ha dedicado a su obra numerosos trabajos analíticos, y es el responsable de sus Obras completas

Para quien no conozca bien la trayectoria de María Zambrano, esta puede resultar una guía muy recomendable, pues aquí aparecen recogidos sus hitos vitales, la historia y el sentido de sus libros, pero también los momentos y personajes clave de su vida, como fueron su padre, Blas Zambrano (recuérdese el retrato que de él nos dejó su amigo Antonio Machado, y el busto de Emiliano Barral), y su hermana Araceli, con quien compartió la existencia durante muchas décadas (Max Aub pinta a las hermanas Zambrano en su novela La calle de Valverde, unos pocos años antes de que las conociera Cela y se sintiera fascinado por ellas); el primer amor, entre 1917 y 1920, con su primo hermano Miguel Pizarro, quien además le indicaría unas lecturas que le resultaron imprescindibles en aquellos años de formación; su maestro Ortega y Gasset, a quien veneró, pero con quien no siempre estuvo de acuerdo, distanciándolos sobre todo sus distintas posiciones políticas, y a quien le reprochó no estar siempre a la altura de los tiempos; las jóvenes amigas republicanas de Madrid (Rosa Chacel, de quien debe leerse el soneto que le dedica en A la orilla de un pozo, María Teresa León, Concha Méndez, Concha de Albornoz, Maruja Mayo o Fe Sanz, la primera mujer de Ramón Gaya, muerta en la guerra); o bien el proyecto de una comunidad de iguales, de amigos dedicados al pensamiento y a la escritura, con el que volvería a soñar en Roma e incluso tras su regreso a Madrid.

Destaca, asimismo, el descubrimiento de Galdós, de quien fue una defensora pionera; su incondicional apoyo a la República, los avatares de la Guerra Civil y el no menos trágico exilio («d

e destierro en destierro, en cada uno de ellos el exiliado va muriendo, desposeyéndose, desenraizándose», escribe); su incorporación a la revista Hora de España; las nefastas consecuencias profesionales que le causó no haber obtenido el título de doctor, prueba de que los hábiles papeleadores ya pesaban más en la Universidad de entonces que el mismo saber; la sostenida amistad con Rafael Dieste, Gaya y Emilio Prados, con Lezama Lima, tras su paso por Cuba («recuerdo aquellos años como los mejores de mi vida», confiesa), su relación amorosa con el doctor Pittaluga, y la protección del pintor inglés Timothy Osborne y de Fiffi Tarafa. Pero también el grupo familiar que componía, además de con Araceli, con su primo Mariano y con Rafael Tomero; los amigos romanos encabezados por Elena Croce, con Tom Carini, Cristina Campo (pseudónimo literario de Vittoria Guerini), su pareja Elèmire Zolla y Marguerite Caetani, propulsora de la revista Botteghe oscure; además de la relación que mantuvo con José Ángel Valente y José Miguel Ullán, y por último, con los escritores españoles que la acogieron y mimaron tras su regreso a España en 1984.

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