El catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos de la Universidad Complutense de Madrid insiste en que su investigación, a pesar de reconstruir la brutal represión que se desató en la zona republicana —concretamente la provincia de Ciudad Real— contra los adversarios políticos, no es un relato sobre el llamado terror rojo. Sino un esfuerzo microscópico por comprender la lógica interna de un fenómeno tan delicado y politizado.
«Una sociedad democrática no puede callar, se debe perseguir ese ideal que llamamos verdad y contársela a los ciudadanos», dice Del Rey. Y añade: «Un demócrata debe asumir el pasado en toda su complejidad y dureza. Es lo más honesto, contar sin tapujos lo que fue aquello». A él, a pesar de esos malos sueños, no le temblaron los dedos a la hora de golpear las teclas.
Decía Santos Juliá que su libro va directo «a lo que últimamente no se menciona». Y no será porque no estemos todo el día a vueltas con la Guerra Civil.
Quizá le dedicamos demasiado tiempo, sí. Supongo que él se refería a los trapos más oscuros del pasado de la izquierda o bien a que se ha prestado más atención en los últimos años a la represión franquista y menos a la otra. Esto hay que estudiarlo como un conjunto: ambas violencias se alimentan y no se pueden separar, lo que está ocurriendo en uno y otro lado tiene una conexión directa.
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Además de concluir que la represión en zona republicana no fue obra de incontrolados, también demuestra que estuvieron implicadas todas las formaciones del Frente Popular.
En esta zona en concreto el protagonismo lo tienen los socialistas. Aunque siempre insisto en que no hay que verlos en bloque. Es un mundo que tiene sus enfrentamientos internos, tensiones, corrientes… y como hipótesis de trabajo se podría afirmar que la inmensa mayoría de los socialistas no estaba a favor de la represión. Y eso se puede trasladar al otro lado. Otra cosa es establecer que fueron cómplices o se callaron. Responsabilidades políticas claro que las hubo, pero quién es el guapo que, en una guerra, incluso dentro de su propio bando, se atreve a parar a los más sanguinarios y exaltados. No todos los que militan en una determinada corriente son asesinos, sino solo una minoría.
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Desde la sublevación militar hasta que el Gobierno controla la represión, ¿qué sucede? Porque todo el mundo conocía las matanzas…
A José Giral se lo comen, no le hace caso nadie. Y Giral es Azaña, que está llorando por las esquinas. En la matanza de la cárcel Modelo, el 22 de agosto, asesinan a amigos suyos, al que había sido su jefe político en el Partido Reformista: Melquíades Álvarez. Hay una famosa carta del intelectual Luis Araquistain de principios de agosto a su mujer en la que dice que están haciendo una limpia impresionante y que «no va a quedar un fascista vivo». Este personaje era la mano derecha de Largo Caballero. Todo el mundo sabía lo que estaba ocurriendo y no lo paran. Largo Caballero era el ídolo de todo ese mundo, de las Juventudes Socialistas Unificadas.
Otra cosa es afirmar que dirigiera las matanzas. Eso nadie lo ha probado. Lo que sí han probado estudios como Amor Nuño y la CNT, de Jesús F. Salgado, es la fuerte implicación de Ángel Galarza, ministro en el Gobierno de Largo Caballero. Ya en noviembre, cuando sucede lo de Paracuellos, en ese Ejecutivo está García Oliver, el antiguo líder de los pistoleros de Barcelona. Pues es el ministro de Justicia. Cuando llega el famoso ‘ángel rojo’, Melchor Rodríguez, como director general de Prisiones, y para las matanzas, lo destituye dos semanas después. Es decir, hay dos ministros al menos del Gobierno de Largo Caballero que están implicados. ¿Es el Gobierno? Como tal no, porque hay otros ministros que dicen que eso es un desastre. Si tenemos que buscar responsabilidades, pues responsabilidades políticas: Caballero era el presidente. Pero implicación directa creo que no.