ICSH

Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades

Guadalupe Sánchez. En las fauces del tirano

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El totalitarismo es como el fuego: una vez salta la chispa debe apagarse cuanto antes porque, si prende la llama, se propaga raudo el incendio, dejando tras de sí las cenizas de nuestras libertades y derechos. ¡Qué difícil es que florezcan de nuevo en tierra quemada!

Hay ilusos que caen en la tentación de alimentar las brasas del poder con yesca para cobijarse al calor de la hoguera, pues les proporciona una falsa sensación de seguridad. Otros simplemente son pirómanos obsesionados con el poder que experimentan al ver el mundo arder.

Algunos de los contrapesos del Estado democrático y de derecho actúan como cortafuegos -los procedimientos, las formalidades- mientras que otros vendrían a ser como un retén de bomberos, cuya función es apagar el incendio antes de que esté fuera de control: los jueces, magistrados y fiscales que integran el Poder Judicial.

En la concepción idealizada de las democracias liberales, la prensa se concibe como una alarma de incendios, que permanece vigilante y pone en alerta a los contrapesos cuando avista el humo. Pero esto es en la teoría, porque en la práctica son demasiados los medios que, o bien se tapan la nariz para no reconocer el olor a quemado, o directamente se dedican a azuzar las llamas de las fogatas gubernamentales. Aun así, los medios de comunicación siguen jugando un papel fundamental en nuestras democracias. Tanto es así que una de las primeras libertades que perece devorada por el fuego de la tiranía es la de prensa.

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