Lo que sigue, de la autoría de Alfonso López García, es un ejemplo arquetípico de la tosca manipulación histórica que se pretende desde instancias políticas. Sólo interesa echar cadáveres sobre uno de los bandos de la Guerra Civil Española, ocultando que en el lado republicano se desarrolló otra guerra civil entre 1936 y 1939. Eso explica, en buena parte, que el Gobierno republicano perdiera la guerra.
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El 1 de septiembre de 2008 el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón impulsó una investigación judicial sobre los asesinatos que llenaron de charcos de sangre pueblos y ciudades de España durante la Guerra Civil, un reguero que continuó durante la represión franquista. Garzón había solicitado listados de asesinados para poder elaborar un censo de desaparecidos, de esos huesos mal enterrados en cunetas que mantienen vivo el dolor de muchos familiares. Esos primeros pasos de esta investigación tenían lugar en el marco de la Ley de la Memoria Histórica impulsada meses atrás por Zapatero, que obligaba a elaborar mapas en los que se indicaran los terrenos donde poder localizar y exhumar los restos.
Solo diez días después de este anuncio el periodista e historiador Manuel Aguilera, con la inercia de su libro Compañeros y Camaradas. Las luchas entre antifascistas en la Guerra Civil Española, decidió acudir a la Audiencia Nacional para proporcionar al juez su propio e inédito listado de represaliados. Aguilera avisó de sus intenciones en el control de la entrada y le indicaron que debía subir a la planta correspondiente para depositar aquellos folios. Una vez allí, entregó a la secretaria del juez ese listado que sumaba hasta mil nombres. Todos, sin excepción, correspondían a antifascistas asesinados durante la guerra.
Con el trámite finalizado, y a punto de irse, se cruzó en el ascensor con Baltasar Garzón, que se dirigía a su despacho. Tras un minuto de titubeos, Manuel decidió regresar para, por qué no, entregar en mano al juez esa lista que tanto esfuerzo y años de investigación le había llevado conseguir. Consultó esa posibilidad con la secretaria y, sorprendentemente, tras una breve llamada, la respuesta fue positiva. Veinte segundos después era el mismo Garzón el que lo reclamaba desde la puerta de su despacho. Parecía realmente interesado. Allí, en una incómoda zona de paso, Manuel le explicaba al juez más famoso del momento que había localizado los nombres y apellidos y los lugares donde mil personas fueron asesinadas vilmente durante la Guerra Civil. Mil personas cuyos familiares, quizá, tuvieran interés por localizarlos, agregó. Garzón asintió con satisfacción y se lo agradeció con educación, pero algo cambió de repente en su gesto. Y es que Aguilera, antes de despedirse, terminó esa breve charla matizando que se trataba de mil antifascistas asesinados… a manos de antifascistas. Garzón dio por concluido ese breve encuentro, le pidió un número de teléfono y prometió ponerse en contacto tiempo después. Nunca ocurrió.