Una de las distopías más logradas que conozco es la película El Dormilón, filmada por Woody Allen en 1973. Cuenta la historia de Miles Monroe, que despierta en el año 2174 tras dos siglos de adormecimiento y se encuentra el mundo bastante cambiado, gobernado por una tecnocracia que todo lo controla a través de “reprogramaciones mentales electrónicas.” El futuro según El Dormilón no es negro, no hay alienígenas ni el fondo es nebuloso. Por el contrario, es mundo seguro, limpio, aséptico, blanco y claro, donde huele bien, reina la disciplina y el personal pasa sus días entretenido en múltiples bagatelas, tal y como imaginara el también certero Aldous Huxley en Un mundo feliz.
[Durante los meses de confinamiento] ministros y gurús de la educación han alabado la panacea de la formación online sin mayor debate que si los alumnos tienen o no acceso a Internet o un ordenador personal en casa, obviando que el problema de fondo es que la formación online, con o sin coronavirus, no funciona. A nadie se le escapa que los centros de enseñanza privados online que han proliferado en la última década no son más que empresas expendedoras de títulos [la Atlantic International University constituye un ejemplo clarísimo]. En cambio, las voces de los “expertos” coinciden en señalar las bonanzas de la digitalización, ocultando, quizá con el ánimo de coser las heridas de estas crisis, que si la formación online falla no es principalmente porque los alumnos no tengan Internet, sino porque el país está paralizado, las familias están encerradas en sus casas, desesperadas, y porque delante de un teléfono o un ordenador no es posible educar satisfactoriamente.
La clave no está en si se tiene o no red, sino en si se tiene o no criterio y conocimiento para discernir, para separar la paja del grano
La educación es vivencial y presencial, así ha funcionado durante milenios y todo lo que se salga de esto debería evaluarse, al menos por prudencia, en el ámbito de las quimeras. Por eso mismo sorprende que Manuel Castells desde el Ministerio insista en que en la mayoría de las casas hay capacidad tecnológica para las clases virtuales, cuando el gran reto de nuestro tiempo, tal y como él mismo ha desarrollado en su obra académica, es gestionar la marabunta de información, digerir o comprender algo en la infinitud. Y para ello la clave no está en si se tiene o no red, sino en si se tiene o no criterio y conocimiento para discernir, para separar la paja del grano.