Hay una entrada en este blog que ha sido objeto de múltiples visitas, casi 4.000: Los Guandos, de Eduardo Kingman.
Hemos querido colgar hoy un texto que nos hace llegar Jacqueline Murillo, profesora universitaria colombiana, actualmente en República Dominicana, acogida a un programa para la selección de investigadores de excelencia, que nos manifiesta la honda impresión que recibió de esta joya artística, reflejo de una tremenda realidad social que se prolongó durante varias centurias.
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El rostro es reflejo de la angustia, quizá por el peso desproporcionado que debe soportar sobre su espalda el pequeño carguero, o por el miedo latente al próximo latigazo del contramayoral. El destino está escrito y la ansiedad para llegar de primeras al puerto, con la noticia del barco que atracó, apresura el paso del cargador. Solo desea ser escogido para levantar la descomunal carga que llevará amarrada a su espalda; y, luego, para caminar con el sol a cuestas y un baño de sudor escurriendo por su diminuto cuerpo.
El latigazo es casi imperceptible ante la oportunidad de llevar los soles a la casa y con ese dinero solventar la comida del hogar. La diferencia con el peso descomunal que arrastra una hormiga trabajadora radica en que el carguero sufre a todas horas a un contramayoral que le da juete para que acelere el paso y llegue pronto a su destino por las interminables trochas y con la mercancía intacta. El silencio es el mejor cómplice al que el cotero confía sus secretos, pero la contundencia del látigo marca el compás de la canción silenciosa del desventurado. Y como la hormiga que reconoce la valía de su trabajo, el único horizonte que contempla es volver a ser llamado como Sísifo en una interminable noria de dolor e impotencia.
Las grietas en el rostro ajado del cargador semejan las faldas de las cordilleras que lo circundan. El paisaje y él tienen en común las heridas que dejan en ellos los ríos del tiempo. Su mirada se pierde como las nubes en el horizonte difuso del paisaje brumoso de una alborada. Toda la naturaleza conspira en espirales de derrotas en la humanidad de este hombre. Hace ya unas cuantas centurias, Juan Ginés de Sepúlveda los bautizó como los “incapaces relativos”, su destino ya estaba signado por la injusticia. La hormiga lleva su carga para resguardarse y abastecerse en sus épocas austeras, pero el cotero en su arrevesado destino no tiene otra salida que su capacidad de carga que le vindica su epíteto de “relativo”.