El quehacer de SAICSHU es de carácter académico y no político; y por eso tratamos de evitar tomas de posturas políticas susceptibles de ser consideradas partidistas.
No cabe duda del peso de la subjetividad y de los valores en la articulación de las ciencias sociales, que, inevitablemente, se sustentan y se desarrollan sobre la base de planteamientos filosóficos. Porque el cultivo de las ciencias sociales comporta un compromiso moral, es obligado señalar aquellos escollos que representan peligros y que deben ser identificados como puntos rojos susceptibles de atentar contra la convivencia ciudadana.
Los científicos sociales del siglo XX debieron de padecer miopía, cuando no ceguera, pues dejaron de advertir a tiempo la amenaza para los valores en que se sustentaban las democracias occidentales de ideologías tan desestabilizadoras como las que difundieron personajes tan siniestros como Stalin, Hitler o Mao Tse-Tung, por citar sólo algunos. En sucesivas entradas del blog aparecerán inquietantes pasajes de algunas de estas biografías que han pasado de puntillas por los libros de historia.
Desde hace unos años han prendido en Europa movimientos antisistema que minan los pilares de las democracias de inspiración liberal. Surgieron impulsados por el rechazo de unas clases políticas infestadas por la corrupción y puestas en evidencia por la divulgación de escándalos que socavaron la confianza de sus electores tradicionales. Y muchos dimos la bienvenida a esa bocanada de aire fresco que parecía aportar nuevo sentido a una actividad, como la política, que, al convertirse en un modo de vida cómodo para el que no se requería particular talento -sólo docilidad, sonrisas y de vez en cuando teatral indignación contenida-, se había convertido para muchos mediocres en un refugio donde cobijarse en tiempos difíciles.
El fracaso a que se vio abocado Syriza -el partido de Alexis Tsipras- en Grecia, cuando asumió la responsabilidad de gobernar, por la manifiesta hostilidad de la troika comunitaria, debió hacer pensar a formaciones políticas afines -Podemos (España), por ejemplo- que no hay vida más allá del euro y del paraguas de la Unión, por muy injustas, inequitativas y discutibles que sean muchas de sus directrices. Tsipras capituló en toda regla, atropelló sus promesas electorales, y firmó un nuevo memorándum de austeridad con la UE.
Por carambolas de la vida, Podemos, una formación antisistema, ha pasado a formar parte del Gobierno español, con el decidido objeto de tumbar el Estado que se edificó sobre una Constitución que no les gusta. Las consecuencias saltan ya a la vista e irán visibilizándose aún más en el curso de los próximos meses. No saben o no les interesa la gestión sino el aprovechamiento del privilegiado espacio político que se les ha concedido para sus luchas callejeras con las formaciones políticas de centroderecha. Como botón de muestra, las quejas de la presidente de la Comunidad de Madrid sobre el papel que debió desempeñar Pablo Iglesias, en su condición de vicepresidente segundo y responsable de Derechos Sociales, en la coordinación del trabajo que las Comunidades Autónomas habían de desarrollar para atender a los ancianos alojados en residencias: “Iglesias nunca llamó para ayudar, y siempre que pudo ha echado gasolina”.
Resulta difícilmente imaginable que, a pesar de la excepcional coyuntura internacional de la depresión económica que sigue a la pandemia del coronavirus, la Unión vaya a entregar cheques en blanco a aventureros que han exhibido nula capacidad de gestores cuando han desempeñado cargos públicos. Pero todo puede ocurrir. Y la enfermiza agitación que rodea el circo mediático de Podemos plantea retos de primera magnitud en una España tambaleante por una crisis del sistema de partidos análoga a la que se padeció en Italia hace unas décadas, con las consecuencias que todos conocemos.