Hace unos días, el filósofo italiano Giorgio Agamben, que mantiene una prolija actividad durante la pandemia en forma de diario en la web del Instituto Italiano per gli Studi Filosofici […], publicaba un Réquiem para los estudiantes.
La extensión de la excepcional actividad docente on line al próximo curso en Italia, probablemente en España y otros países en Europa también, le sirve a Agamben para cogitar acerca de la cancelación de la figura del discente, por ende, de la del docente, aunque de éste no habla en su texto, con la imposición de la formación telemática.
Sostiene Agamben que se está eliminando una forma de vida, la universitaria, que al menos en Europa, arranca en el medioevo, con sus ritos de iniciación y pasaje, gremios e instituciones, asociaciones de estudiantes, etcétera: el habitus. Pero más que la cancelación, como él dice, se trata de la disolución de esta […].
Lo realmente paradójico aquí -y que Agamben no señala- es que la pantalla partida virtual ha tenido una de sus encarnaciones más exitosas como traslación virtual en las llamadas redes sociales, de los anuarios académicos de estudiantes -los Face books-, creada por universitarios en uno de los prestigiosos colleges de la Ivy League.
La Ivy League ha sido, además, el aplaudido campo de pruebas y el modelo de proyectos digitales de apropiación de datos provenientes de investigación académica y científica pública, financiada en buena parte con fondos públicos, que ha pasado a manos privadas por el arte de birlibirloque de las revistas de impacto y sus sacrosantos rankings, el paso de capital público a manos privadas, extracción de valor mediante, como necesario chantaje meritocrático para obtener una plaza decente, un sueldo digno, y ni siquiera, en la sociedad del conocimiento.