Los primeros indicios apuntan a que el virus causante del COVID-19 supone un mayor riesgo directo para la salud de los hombres, en particular de los hombres mayores. Pero la pandemia está exponiendo y explotando desigualdades de todo tipo, incluida la desigualdad de género. A largo plazo, sus consecuencias sobre la salud, los derechos y las libertades de las mujeres podrían perjudicarnos a todos.
Las mujeres ya están sufriendo el impacto mortal de los cierres y las cuarentenas. Estas restricciones son esenciales, pero hacen que las mujeres atrapadas con parejas abusivas queden más expuestas a la violencia. En las últimas semanas se ha producido un repunte alarmante de la violencia doméstica en todo el mundo. Al mismo tiempo, se están produciendo recortes y cierres en los servicios de apoyo a las mujeres en situación de riesgo.
Este era el trasfondo de mi reciente llamamiento a la paz en los hogares de todo el mundo. Desde entonces, más de 143 Gobiernos se han comprometido a apoyar a las mujeres y las niñas expuestas a la violencia durante la pandemia. Todos los países pueden hacer algo: hacer que los servicios de apoyo estén disponibles en línea, ampliar los refugios para las víctimas de violencia doméstica y designarlos como esenciales y redoblar el apoyo a las organizaciones de primera línea. La alianza de las Naciones Unidas con la Unión Europea para eliminar la violencia de género, la Iniciativa Spotlight, está trabajando con los Gobiernos de más de 25 países, entre ellos México, en la puesta en práctica de estas medidas y otras similares, y está dispuesta a ofrecer más apoyo.
Pero la amenaza que plantea el COVID-19 para los derechos y libertades de las mujeres va mucho más allá de la violencia física. Es probable que la profunda recesión económica que acompañe a la pandemia tenga un rostro claramente femenino.