Los intentos de improvisar mecanismos alternativos a la enseñanza presencial, en todos los niveles, han constituido un fracaso estrepitoso.
El trabajo que sigue, del que es autor un reputado especialista, confirma la calamitosa gestión de la ‘docencia confinada’ en España, tanto en universidades como en institutos. El detalle con que se retrata la situación y la cercanía con que se señala el impacto de esta improvisación sobre la vida de los profesores y de los estudiantes hace más que recomendable la lectura atenta de este importantísimo testimonio.
Capítulo aparte lo constituyen muchos otros países -Latinoamérica, en su conjunto, por ejemplo-, en los que la disponibilidad de una computadora personal y de acceso a Internet no están tan extendidos, ni muchísimo menos, como en la Unión Europea. En esas condiciones, pretender suplir de un día a otro la enseñanza presencial por la virtual es intentar la cuadratura del círculo.
Sería interesante conocer la experiencia recogida en Estados Unidos.
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“Es un auténtico desastre porque nadie estaba preparado”, resume, en un titular, Eva Aladro, profesora en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. La docente sintetiza el sentir de una parte del profesorado. Consideran que el coronavirus ha depositado sobre sus espaldas más horas de trabajo, tareas y dificultades. Y que las están desarrollando en condiciones poco favorables.
“Estamos echando un montonazo de horas. Mi marido me dice que parece que estoy condenada a trabajos forzados”, confiesa Blanca Álvarez, maestra de un instituto madrileño. “Trabajo el doble y me pagan la mitad. Literal. Me han reducido el sueldo porque se han dado muchos alumnos de baja, pero sigo dando el mismo número de clases. Y a los que no se conectan les tengo que mandar las clases vía e-mail. Y son dos clases diferentes”, lamenta Julia, profesora de una academia de inglés.
¿Por qué se han extendido tanto sus horarios? A la dificultad de preparar las clases extraordinarias, se le suma el aumento de encuentros de coordinación, los cursos de manejo de las herramientas, las evaluaciones y la burocracia. “La administración no para de pedir el informe del informe”, critica Álvarez. “Nos exigen justificar continuamente todo lo que vamos haciendo, cosa que no te exigen en el día a día”, explica Blanca Fuentes, docente en el Instituto María Rodrigo, el único público del Ensanche de Vallecas, en Madrid.
Las reuniones de coordinación entre el personal de los centros se han multiplicado. “Acabo de terminar la segunda del día”, informa Álvarez, que además es jefa de su área departamental. Hay lugares, no obstante, en que no se pueden ni producir. En la Complutense, tras la masiva fusión de departamentos, algunos integran a más de 80 profesores. “Es imposible. No pueden intervenir ni llegar a decisiones colectivas”, indica Eva Aladro.