También en el Reino Unido la gestión que el Gobierno ha hecho de la pandemia ha provocado severas críticas.
Causa estupor que, mientras el virus empezaba a causar estragos, el Primer Ministro se ausentara de cinco reuniones del comité que opera en situaciones de emergencia, ¡porque pasaba doce días de vacaciones con su novia en la residencia estatal de Cheverley (Kent)!
El artículo de Rafael Ramos, que reproducimos, confirma que el Gobierno británico ha cometido errores de bulto que han acarreado un coste humano lamentable.
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El Reino Unido es como una familia que estaba distraída haciendo un picnic en el bosque (celebrando el Brexit), y el virus es un enorme oso pardo que salió de entre los matorrales y ha dejado malheridos a los abuelos, mientras padres e hijos huían por piernas y tenían el tiempo justo para encerrarse en una cabaña (el confinamiento). Al margen de lamentar las pérdidas, la cuestión ahora es cuándo salir de la casa. Los niños no paran de llorar. Los adolescentes dicen que se aburren. Los adultos necesitan volver al trabajo…
Dentro de la cabaña, sin embargo, la información es muy limitada. Se da por seguro que el oso sigue merodeando, pero no se sabe si está dispuesto a volver a atacar con la misma ferocidad (una segunda ola de contagios), o si regresará con refuerzos (mutaciones de la Covid-19). ¿Qué hacer? ¿Arriesgarse a salir, y que tal vez otro miembro de la familia caiga entre sus garras para que el resto escape (inmunidad de grupo)? ¿Entreabrir la puerta, dar unos cuantos pasos y regresar corriendo a la más mínima que el animal haga acto de presencia (retirada paulatina del confinamiento, la actual táctica de la mayoría de los gobiernos), o quedarse sine die en la casa a esperar a que el plantígrado se vaya, o un cazador lo mate (vacuna), aun a sabiendas de que las provisiones se van a acabar pronto (destrucción de la economía)?