El activista canadiense John Willinsky propone un modelo editorial compatible con la ciencia abierta.
Todos los días crece el conocimiento científico. En las próximas 24 horas se publicarán cientos de estudios con los descubrimientos más recientes, pero la mitad quedarán recogidos en revistas académicas que solo se distribuyen a los centros de investigación capaces de pagar suscripciones millonarias. Cabe preguntar por qué una ciencia que depende en gran parte de la financiación pública no facilita todos sus resultados a la ciudadanía. El educador, autor, activista y catedrático de la Universidad de Stanford John Willinsky (Toronto, 1950) lleva dos décadas de cruzada por el acceso libre y universal a la información científica. Asegura que esta visión, la de la ciencia abierta, ya es posible en la era digital. Y, sin embargo, sus esfuerzos se han visto frustrados por el celo con el que las editoriales académicas se aferran a su arcaico modelo de publicación.
“El acceso al conocimiento es un derecho humano”, dice Willinsky durante una visita al Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC en Madrid. Habla pensando en los investigadores que no están afiliados a una buena biblioteca universitaria —como muchos del Sur global—, en los estudiantes y en los periodistas, pero también incluye al público y a profesionales de todas las disciplinas: “Hay astrónomos aficionados con un telescopio en el jardín, que quieren aprender sobre los últimos avances en astronomía, y hay médicos en la clínica, que no están seguros de un diagnóstico y necesitan más información”. Para él, la ciencia “podría tener un papel mucho más amplio” en la sociedad del que tiene ahora.