En las páginas que siguen se incluyen unas recomendaciones muy útiles en tiempos en que la exacerbación política amenaza la paz de los hogares, las tertulias de amigos, los cafés en que se tradicionalmente se hablaba de todo y de nada y solían escucharse propuestas para cambiar el mundo. Y también son aplicables estos consejos a las discusiones académicas, envenenadas muchas veces por prejuicios de escuela y por falta de capacidades de escucha.
El primer consejo con que se abre esta guía no puede revestir mayor lucidez: “más allá de la ideología de cada uno, para intentar defender con solvencia cualquier idea hay que saber qué está pasando. Y eso implica obtener información de fuentes diversas, de medios de comunicación serios, veraces y plurales, y no limitarse a una burbuja informativa, a chats telefónicos en los que todos opinan igual o a las cuentas de Twitter que sólo reafirman lo que queremos oír”.
Y, por supuesto, resulta clave abandonar la idea de ‘ganar’ en un debate: “algunas personas defienden con tanta pasión sus ideas que resulta incómodo discutir con ellos. Fijan el relato de los hechos y no hay quien les mueva de sus posiciones. No es una buena actitud. Hay que respetar que cada uno tenga sus opiniones y no intentar convencer a nadie por la vía de la vehemencia. Es mucho mejor utilizar frases del tipo ‘yo lo veo así’ o ‘esto es lo que opino’. Y no sólo como una estrategia, sino admitiendo que existe la posibilidad de que estemos equivocados. Mejor ser flexible y humilde y atreverse a poner en duda las propias ideas”.
Anímense a leer el texto completo, en su fuente original, que hay en ese escrito mucha tela que cortar.
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