Aníbal Mesa, del departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de la Laguna, ha logrado una plaza de profesor ayudante doctor (temporal) tras demostrar que su contrincante hinchó su currículum pagando por publicar en “revistas depredadoras o predadoras”. Un término inquietante y, sin embargo, reconocido internacionalmente: las predatory journals. La comisión del departamento concluyó, tras la alegación de Mesa, que el sociólogo Josué Gutiérrez había engordado su expediente con entorno a seis artículos en las que ningún investigador anónimo (pares) había supervisado lo escrito, no había evaluación de los protocolos experimentales ni de análisis de datos o eran muy difusos.
El problema no es exclusivo de La Laguna y tiene la suficiente envergadura para que el pasado septiembre la Agencia Estatal de Investigación enviara una circular a los científicos en la que alertaba del aumento de estas publicaciones depredadoras: “Es un sistema de difusión del conocimiento que contribuye de forma perversa a la ciencia de mala calidad”. Mesa ha contabilizado 240 artículos en 10 revistas depredadoras de investigadores de casi todas las universidades españolas y áreas de conocimiento
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En 2015, Cenyu Shen y Bo-Christer Björk, de la Hanken School of Economics de Helsinki, calcularon que el año anterior se habían publicado 420.000 artículos en 8.000 revistas depredadoras, frente a los 53.000 de 2010. Y la cifra no para de subir en un contexto de extrema competencia por publicar con el fin de acreditar los méritos suficientes para lograr una plaza o un complemento. Se estima que en la mitad de las revistas depredadoras se paga entre 88 y 348 euros por salir.
Hace casi dos décadas surgieron las revistas open access, financiadas modestamente por sus autores, que cualquiera puede leer, descargar, copiar, distribuir, imprimir, buscar o enlazar gratuitamente, en contraposición a las tradicionales en papel, en las que hay que pagar por leerlas y en las de mayor impacto también por aparecer. El acceso libre ha supuesto un gran avance para expandir la ciencia, pero ahora sufre el descrédito al colarse miles de depredadoras.
Los investigadores de Helsinki detectaron, además, que el 75% de los editados en las depredadoras provenían de Asia —donde radican muchas de las publicaciones, en especial China e India— o África y que el plazo de publicación era de entre dos y tres meses. En las revistas clásicas se puede tardar hasta dos años por el prolongado proceso de corrección. “Las depredadoras no evalúan la calidad de los trabajos o se aplican formatos estandarizados de revisión contestados con síes y noes”, sostiene Mesa.
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