Colombia es un país con una sociedad compleja. Diversas culturas y chauvinismos regionales se mezclan dentro de sus fronteras. La literatura que se escribe en Colombia tal vez refleja un poco esto, los bogotanos y su creencia en una ya olvidada Atenas Suramericana, Medellín la ciudad ensimismada, y la región Caribe, origen de Macondo, ese lugar que no existe, pero es el más conocido de Colombia.
Una mirada rápida al paisaje literario colombiano nos da una lista de más de cien escritores activos, con varios libros publicados, contratos editoriales vigentes y muchos premios de prestigio acumulados. Pero en cualquier lista siempre aparece el mismo inventario, la avanzadilla diplomática que puede sintetizarse en los nombres de Héctor Abad Faciolince, Juan Gabriel Vásquez, Piedad Bonnett, Santiago Gamboa y William Ospina. A la que habría que sumarle otra lista de figuras indispensables, entre las que se destacan Tomas González, Laura Restrepo, Pablo Montoya y Fernando Vallejo.
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¿De qué hablan esos tal vez treinta o cuarenta libros de ficción nuevos que se publican cada año en Colombia? ¿De la violencia? Probablemente. Los escritores colombianos no pueden distanciarse del país donde viven. En la actualidad hay un proceso de paz con la guerrilla más antigua del mundo y ese es solo uno de los muchos signos que definen la vida en Colombia. Algunos episodios que parecían superados continúan ahí. La existencia de ejércitos paramilitares que nunca se desmovilizaron. La presencia de otra guerrilla, la del ELN, que en la actualidad negocia en Quito un posible paso a la vida civil. Obviamente los rezagos del narcotráfico. Pero sobre todo la desigualdad social es parte de ese retrato marcado por la violencia que algunas personas preferirían que no se mencionara.