Nada ni nadie puede asegurar que la transición democrática irá a buen puerto, ni tampoco que todo siga igual como antes de 1991. Sólo la lucha decide, como diría el marxista italiano Antonio Gramsci. Lo que sea que pueda ser depende de lo que las fuerzas progresistas, democráticas y emancipatorias puedan realizar y lograr en términos de correlación de fuerzas sociales y políticas a favor del cambio, de un nuevo país. De ahí la enorme importancia de defender en la coyuntura actual la implementación de los acuerdos con las FARC, el aligeramiento de la negociación con el ELN, la continuidad y fortalecimiento de la resistencia popular por la defensa de sus derechos, por la redistribución de la riqueza, por un nuevo modelo de existencia respetuoso del medio ambiente y las culturas ancestrales, por una reforma agraria que vaya más allá de lo pactado en la Habana con las FARC, por una Asamblea Nacional Constituyente que cierre este ciclo traumático de la transición y abra uno nuevo. El futuro no es sólo el que vendrá, es el que podemos disputar ahora, aquí mismo. ¿Para dónde va Colombia? No lo sabemos. Podría ir hacia un nuevo país.